Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

20 ago 2013

El hombre del saco


Marta ha perdido la noción del tiempo. El Sol sale por el este y se pone por el oeste, sí… eso todavía lo recuerda de sus días en el instituto… y gracias a ello puede situarse en medio de la árida y desértica meseta castellana, todo planicie, sin montañas, sin fuentes, sin arboledas en las que descansar mientras se resguarda del fuerte calor del mediodía español… pero del tiempo, el día de la semana, la fecha del calendario… nada.

Eso quedó atrás.

Como su vida toda. Atrás… pendida de la rama de un nogal, ataviada con la ropa de los domingos. La buena. La que su madre le planchaba todas las mañanas de las fiestas de guardar. Limpia, impoluta como el tesoro que era y que ella, inocente, tanto quería. Su falda de vuelo, su blusa blanca con mangas de puntilla, la chaqueta que le había tejido la abuela para celebrar su decimotercer aniversario, los brillantes zapatos de charol. Mi ropa de princesa, pensaba Marta cuando se contemplaba en el espejo antes de ir a la parroquia del barrio.

Tanto amaba aquella vestimenta que luego, cuando acababa el sermón y los niños salían a corretear por el parque, ella se quedaba al lado de su padre, sentada en la fonda degustando un zumo de naranja, temerosa de ensuciarse los zapatos o desgarrarse aquella chaqueta suya. ¡Qué brutos son los niños, madre!, decía intentando auto-convencerse de esa atemporal madurez con la que intentaba frenar el deseo de salir a correr con sus amigos.

Cierra los ojos, y parece que fue ayer… hoy… esta mañana, quizás… Pero no está segura. Marta ya no sabe en qué día vive. No sabe dónde vive. No sabe quién vive. No sabe, no sabe…

- No sabes nada, Marta –le decía su madre muchas veces, mientras le cepillaba el lacio y sedoso pelo negro-. Sigues siendo una niña inocente, vida mía. Alegre, risueña, ojos grandes y vivarachos, lengua afilada y desparpajo infantil. Que así sea, amor, por muchos años aún.

Pero a Marta no le agradaba que su madre filosofara de aquel modo. Ella era una chica grande, sabia, lista como el que más.

- No soy una niña, madre. Ya sé que los Reyes Magos no existen, ni el Ratoncito Pérez, ni-ni-ni… ¡Ah, y los niños no vienen de París traídos por cigüeñas! No, madre… los niños vienen cuando los padres se quieren mucho y se dan muchos besos… así, así, así… - y Marta se comía a su madre a besos, y ella se la comía a abrazos. Y reían hasta más no poder, cómplices las dos, madre e hija, círculo perfecto.  

No sabes nada, Marta. Las palabras de su madre retumban en su cabeza mientras arrastra los pies por el suelo polvoriento. Todavía te queda mucho que aprender, niña. Apenas has empezado a romper el cascarón. Llegarán días en los que las lágrimas perderán su sal y las risas retumbarán hacia adentro, ahogadas… y entenderás aquello que hoy te duele imaginar. ¿Reyes Magos? ¿Regalos aparecidos al despertar? ¿Amor, besos, bebés? Comprenderás que las cosas buenas escasean, mi amor, y las malas resuenan para siempre, como los ecos en las altas montañas.

Madre se disgustaba cuando hablaba con aquel tono de voz. No lloraba, pero Marta sabía que en su interior se formaban nubes grises, como sucede esas tardes en las que el calor sofocante del verano deriva en tormenta. Iba enumerando nombres que, por aquel entonces, le sonaban a brujos, a demonios, a hechiceros duchos en el arte de la cocina con niños como ingrediente principal. La Gitana Lola, el demonio que se escondía debajo de la cama, el Coco, la Bruja Avería… Casper, el fantasma bueno… Gargamel… ¡No, madre!, gritaba la niña haciendo pucheros, ¡los monstruos no existen!... el monstruo de las galletas… el hombre del saco…

Marta siente un escalofrío electrizándole la espalda. Monstruos. Ella reía. Sólo ella. Su madre, mecida por las nubes grises, no. No todos los monstruos son invenciones para niños. Se lo dijo, aunque aquella pequeña que se creía grande no quiso escucharla, engreída de tan sabia que se creía.

¿Cuánto tiempo había pasado desde aquello? ¿Mucho? ¿Poco? ¿Fue ayer cuando empezó a correr sin rumbo fijo, siguiendo el Sol de día y las estrellas de noche? ¿Fue ayer cuando se presentó, en el salón de su casa, el hombre del saco?

El tiempo se nubla en su mente. Un día, un año, un siglo… ¿Cuándo se congeló la sonrisa confiada del que todo lo sabe, Marta? Supongo que cuando aquel hombre se presentó en casa para nada pensaste que estabas ante un demonio de la más divina de las comedias, niña.

No sabes nada, Marta… susurra una madre fantasmal a tu oreja mientras rememoras esa escena en la que tanto tu padre como tu madre fueron metidos dentro de un saco… dentro de una saca… negra, hermética, funeraria. En ese preciso instante fue cuando el tiempo, el reloj de arena, se esfumó para siempre de tu vida. No sabrías decir cuánto tiempo duró el cortejo, pero fue poco… o mucho… quizá eterno.

Tus padres fueron víctimas del hombre del saco y, aunque ella de eso no tiene ni idea, unas horas después, tras recibir un balazo en el cráneo, fueron liberados de su cárcel de tela para arrendar, en régimen de multipropiedad, una tumba de tierra en la sierra madrileña. Como ellos, miles más… raptados por esos monstruos en los que, los niños valientes, dejan de creer dándoselas de adultos con cátedra en el juego de la vida.

Corre, Marta, corre, le susurra la voz invisible al oído. No te entretengas. No bajes la guardia.

Recuerda que no sabes nada, mi niña.

2 comentarios:

Old Nick dijo...

Excelentes Entradas Las Tuyas Querido HEREP. Hoy Que "He POdido Coger PRESTADO El Cacharro De Mi Hijo", He Decidido Dar Una Vuelta Por Los BLOGS Amigos, Que Aún "FUNCIONEN" En Agosto.
Así Que Lo Dicho.
Un APLAUSO, PEAZO DE GENIO DE LAS LETRAS.
Un Brindis Con Cerveza Fresquita.
Que Tengas Un Buen VERANO
Y
¡¡RIAU RIAU!!

Herep dijo...

Es difícil funcionar en Agosto, camarada Old. Al calor sofocante se le une, además, la desidia que provoca tener la playa tan cerca y no disfrutar de un relajante baño... pero bueno... hay que encontrar un hueco para seguir con nuestros gritos en el desierto.

Brindo con cerveza bien fría, sí señor. Un abrazo y que disfrute de estos días junto a los suyos.
¡Riau!¡Riau!