Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

26 jul 2013

El perfume*


 
Batiste nació en los peores años de la Revolución. Los años de las cartillas de racionamiento, las interminables colas frente a las panaderías, el trueque…  Años duros. Años de hierro, aunque Batiste apenas fue, durante su infancia, consciente de la situación que atravesaba la ciudad.
Él fue alumbrado en el seno de una familia acomodada, con recursos y tierras allá en la sierra, donde abundaban los eternos campos de cultivos… las patatas, los tomates, la fruta, las legumbres… todo sazonado con pizcas de aroma a clavo, especias, tomillo y farigola. Nada faltó nunca en su mesa y por las noches, como todo hijo privilegiado de la alta sociedad, dormía sobre sedosas sábanas enfundado en limpia e higiénica ropa interior blanca, olor jazmín.

De frágiles nubes esponjosas versaban siempre sus sueños, acurrucado contra su madre las primaverales mañanas de Abril, mientras los aromas de los siempre bien cuidados jardines de la villa residencial se colaban a través de las rendijas de la ventana. Rosas, lilas, azucenas… aunque la esencia que destacaba por encima de todas era la que desprendía su madre, mezcla de cítrico y vainilla, fresca y familiar… reconfortante… evocadora de sueños y aventuras… música para los sentidos, argumento de aventuras… islas de tesoros, piratas, mar fresca que salpica el rostro mientras oteamos el horizonte asidos a la proa de la carabela.

Batiste amaba a su madre de forma incondicional… como sólo pueden hacerlo los locos, los inconscientes, los tullidos de mente… Amaba la fragancia, la esencia, el aire limpio que sanaba sus pulmones y calmaba sus miedos. Muchas mañanas, al despertar, olfateaba el aire de la habitación con la única intención de adivinar cuál sería el estado de ánimo de su progenitora. Albahaca los días pesados, canela durante las largas jornadas de trabajo, vainilla en las celebraciones… a tulipán cuando volvía su padre a casa… lavanda los días felices…

La mañana del 5 de Mayo, mientras jugaba cazando mariposas, un perfume desconocido le asaltó de improviso. Su nariz, curtida de tanto uso y disfrute, fue golpeada por una fragancia nueva, extraña, ajena al jardín, la casa, el banquete que le aguardaba sobre la mesa a la hora de la comida… Presa de una curiosidad atroz que llegó a nublar sus demás instintos y sentidos, Batiste cerró los ojos y se dejó guiar por el aroma, paso a paso, calle a calle, adentrándose en una ciudad que le era desconocida y misteriosa al mismo tiempo.

Cuando abrió los ojos el aire había perdido su frescor, viciándose en lo más profundo. La mimosa dejó su espacio a un aroma agrio, duro, casi picante. Aroma que se colaba por sus poros, embriagándole y causándole cierta sensación de mareo. Batiste se vio rodeado por cientos de casas grises que se abalanzaban sobre él reduciendo la estrecha rúe a apenas un hilillo de fango, excrementos y ratas del tamaño de gatos. Asustado, intentó situarse localizando algún punto de apoyo, el nombre de una calle, un agente de la autoridad, una tienda conocida… pero apenas diferenciaba una casa de la otra, una calle de la siguiente, sin apenas plazas, carteles, policías.

Sólo el gris y el negro de edificios que amenazaban con romper sobre su cabeza como hacen las olas empujadas por la tormenta. Negro, gris, suciedad… y hedor. Tras la embestida inicial que adormeció su sentido del olfato, la tregua empezaba a finalizar y la fetidez de aquellas calles desconocidas fue apoderándose de él, derruyendo el castillo de naipes construido por los perfumes de su infancia, allá en su urna de cristal, ajeno a la realidad… a la Crisis que todo lo embriaga…

… y Batiste, un niño limpio en una ciudad sucia, fue perdiendo la conciencia poco a poco, gota a gota… destilándose su pureza igual que haría un alambique de cobre viejo… esfumándose alcantarilla abajo, inmersa en el río que forman las cloacas bajo los pies de los despreocupados transeúntes, rumbo al mar salado que todo lo purifica y corroe.

El orín, el agrio sudor convertido en segunda piel, el sebo de las articulaciones, el semen reseco, la menstruación gangrenada… la sangre, el aceite, la grasa, la humedad de la madera roída y la ropa podrida… Todos los olores de los barrios bajos fueron aferrándose a su cuerpo ultrajándolo hasta dejarle desnudo. Sus ropas caras de barrio bien mutaron, al igual que lo hizo su vida. Donde antes habían imperado la higiene y el perfume de la limpieza, ahora se percibía la pestilencia de la polilla, el tabaco de mascar y la violencia gratuita.

Batiste dejó de imaginar frescas nubes, islas repletas de tesoros y fabulosas aventuras de reconocido prestigio en la Corte. Un día, simplemente, dejó de soñar y olvidó el frescor de las mañanas de primavera abrazado a su madre. Completamente. No como quien pierde un tesoro, sino como el que no lo ha conocido jamás.

Para él, pupilo de un santurrón roído por el odio y la miseria que desprendía una aura en forma de aliento de azufre, el perfume y el aroma virginal pasaron a ser fuente de pecado… una quimera del verdugo… una ilusión de mago demoníaco. Las lilas, el jazmín, el azahar y el aroma de la mar dejaron de ser fuente de vida para pasar a convertirse en fuente de corrupción, de decadencia y de pecado.

El perfume se tornó aliento del Demonio…

… y su madre, un peón de la Bestia.

---
* En sencillo homenaje a "El perfume" (1985), de Patrick Süskind.

No hay comentarios: