TÍTULO ORIGINAL. EL incidente
AÑO. 2013
DURACIÓN. Indeterminada
DIRECCIÓN. Herep
PAÍS. España
GUIÓN. El Ejército de los 12 Monos
MÚSICA. Víctor Manuel.
FOTOGRAFÍA. M. A. Fernández Ordoñez (MAFO)
REPARTO. Josué (Tú. Sí, sí… tú, tú… no te gires, no, que el protagonista eres tú)
PRODUCTOR. Frente Popular Productions,
c.b.
GENERO. Terror
SINOPSIS. La película nos trae, de la
simbolista y surrealista mano del novel director, una historia dramática a la
par que electrizante en la que nos sumergiremos en la piel de Josué, un español
que, con apenas treinta años a sus espaldas, ve cómo su vida se mece sin
control en las borrascosas aguas de la patria actual.
La cinta,
candidata al Oscar en la categoría de Mejor Guión Adaptado, está basada en un
hecho real. Pura actualidad que provoca, en muchos momentos del pase, que el
espectador tenga la sensación de encontrarse ante un reportaje televisivo de La
2, o conversando con el viejo amigo de la infancia mientras sacian los barriles
de cerveza de la tasca de la Plaza Mayor. Se trata de una historia
contemporánea, afín a todos los ciudadanos, pero está tratada durante el
interminable metraje con una gracia y una ironía que, a pesar de lo dramático
del asunto, logra esbozarnos una sonrisa.
Tras cinco
minutos arrolladores, el espectador se encontrará, gracias a un sinfín de flash-backs, piruetas visuales y
diálogos esquizofrénicos, embriagado bajo la piel de Josué, esforzado
repartidor de una pizzería a domicilio de propietarios albaceteños que, un
Lunes al despertarse para afrontar una nueva y agotadora jornada laboral,
asiste asombrado a un accidente… una fluctuación en el Espacio-Tiempo…
imperceptible por el ojo humano, pero que chisporrotea, churrasca y
cortocircuita el microprocesador que los humanos tienen en la mollera haciendo
que, sin descanso y sin tregua… modo inmutable… los afectados por el contagio
se tiren puente abajo, se acuesten sobre los raíles del AVE, se cuelguen de los
árboles o arrasen con los barbitúricos de la abuela…
Todos,
presas de la virulenta alergia de la primavera, se dedican a la tarea del
suicidio… y por doquier se ven cadáveres de ciudadanos colgando en el aire,
espachurrados sobre el asfalto o durmiendo el sueño de los justos sobre el
césped del Parque Municipal.
El primer
instinto de nuestro protagonista tras asistir a tan apocalíptico panorama es
telefonear a su casa, impaciente ante la posibilidad de que su esposa,
embarazada del segundo retoño, y la pequeña Judith, de apenas dos años, también
se hubieran vuelto aficionados a la práctica del vuelo sin motor, pero una
rápida mirada al móvil le recuerda que agotó el saldo hablando, ayer noche, con
su hermana, allá en Alemania, donde trabaja como profesora de español. Josué, presa
del pánico, se dirige a toda velocidad a la pizzería, en busca de alguna
respuesta mientras, a lomos de su 49cc. esquiva, en un macabro slalom urbano, peatones
suicidas que, indiscriminadamente, se arrojan ante los vehículos que circulan
por la Avenida de las Cortes Generales.
Allí telefoneará…
seguro que no pasa nada… que están bien…
además, no puedo llegar tarde a fichar. No puedo quedarme sin este maldito
curro… tengo mujer… una princesa y un principito en camino… tengo hipoteca…
No se han
acabado las palomitas del cuenco cuando el espectador, visiblemente intranquilo
retorciéndose sobre su butaca, asiste a la llegada de Josué a Pizzas La Meseta…
aunque el local, más que pizzería, parece morgue. Sus compañeros descansan espurreados
por el suelo, fiambres. Ricardo, el encargado, gira pausadamente, colgado del
ventilador del techo y en todo el local se respira cierto olor a chamusquina
proveniente de Carla, la telefonista, cuya cabeza sigue horneándose en el grill
industrial. Una escena dantesca que pondrá a prueba el estómago de la gradería,
verán como sí.
Digna de una
calificación X.
A partir de
este punto de la película, y sin aligerarse la estomacal sensación, asistiremos
a la huída pavorosa de Josué que, tras comprobar la caída del sistema de
telecomunicaciones nacional por culpa de la sobrecarga, pone pies en polvorosa
en dirección a su escuálido apartamento en las afueras de la villa, de apenas
90m2, tres habitaciones, sin parking, sin ascensor… todo por el módico precio de 35… no, no,
perdón, que eso era ayer… ¡40 millones! ¿Lo toma o lo deja? Si quiere nosotros
le prestamos 50… Y se ve a Josué y a su doña, embarazada del primogénito… rápido
y genial flash-back montado por el petit enfant del soporífero cine español…
sonrientes ante el despacho del notario, acompañados por el director de la caja
de ahorros de la comarca, brindando todos con champán y bebiendo ilusión a
partes iguales.
La familia
que, cerradas todas las ventanas y puertas a la corriente imperante, seguía
durmiendo ajena a los acontecimientos de la jornada. Una maleta, un osito de peluche,
algo de dinero que la joven madre guarda bajo la mantelería que su abuela le
regaló en el día de su boda, y carretera… los tres a lomos de la scooter,
incómodos como cualquiera puede imaginar, ponen rumbo a la sierra, montaña
arriba, donde el aire sopla puro y la corrupción endémica de la sociedad apenas
es perceptible.
En su viaje,
el previsor Josué, aficionado sin igual a todo tipo de literatura apocalíptica,
recordó coger un transistor a pilas… nada, uno malo, un Casio de auriculares
con esponjita naranja… para atender al parte de las autoridades oficiales
mientras, en la carretera, prosigue el juego siniestro de esquivar kamikazes,
ahora con tres sobre la moto… más difícil todavía. Como viene siendo habitual,
para desesperanza del protagonista y del sufrido cinéfilo, las autoridades
españolas nunca dicen nada… callan, como las putas viejas… siendo los
telepredicadores y los echadores de cartas quienes toman la palabra. El tarod y
la cienciología se encargan de pasar el parte a la ciudadanía que, a esa hora
de la mañana, sigue cuerda en un mundo empeñado en descerrajarse un tiro en la
sien.
A media
película, cuando la noche cae sobre el estrellado cielo rural, la familia se
detiene en un pequeño pueblo abandonado de apenas tres casas viejas y
semiderruidas por obra de los años pasados, decidiendo hacer noche en tan
solitario paraje. Allí, a la luz de una fogata rudimentariamente encendida,
Josué da con un dial en el que, de manera burda y entrecortada por los pases
publicitarios, se da parte de lo ocurrido: España está siendo víctima del virus
del desahucio. Los españoles se quitan la vida en masa, ahogados por la
hipoteca y la Crisis financiera que llegó del frío… “¿Quién podía imaginarse una catástrofe así?¿Quién, allá por el 2008,
no se creyó las palabras del tuerto Solbes cuando se reía de la ciclogénesis
explosiva financiera y nos animaba a comprar pisos… casas… chalets… propiedades
sin impuesto de Patrimonio… bienes que jamás perderán valor, antes todo lo
contrario?”
¿Quién no
añora los tiempos de la Champions League?
Contemplando
la escena, incluso el espectador más impertérrito… el más rudo, frío,
inquebrantable ser humano del globo… sentirá el escalofrío recorriendo su espalda.
La negra noche del cielo rural, el frío de cuatro paredes sin techo, el
crepitante fuego, la pequeña princesa hecha un ovillo en el regazo de una madre
que dormita… Josué pegado a su transistor asistiendo, impávido, a las
declaraciones y los comunicados no-oficiales… tertulianos que claman por la
dación en pago, la abolición de la deuda, la reforma de la Ley Hipotecaria…
apuntando con el dedo acusador a los culpables… ¡Criminales! ¡Asesinos!... llorando hoy, entre suicidios y
desahucios, aquello que, por lo visto, no existía hace un año, cuando todo eran
risas y los bebés venían con un pan bajo el brazo… o un auto nuevo, modelo
Skoda rojo… una operación de estética financiada con Cofidis, dinero directo…
La película
avanzará y el espectador pensará en la vida de Josué… basada en un hecho real,
sucediendo ahora mismo… y sus pensamientos se fundirán con los del
protagonista, ensimismado mirando el fuego, toda la noche en vela, de guardia
ante la posibilidad que alguien, algún furtivo, le robe lo poco que ha podido
agarrar en su precipitada huída, escapando del suicidio colectivo… pensando en
los madrugones de todos los días, las facturas de todas las noches, haciendo números
con el televisor apagado, él y su amadísima esposa de ojos verdes esperanza… pobre,
pero orgulloso, cumplidor con sus compromisos, realista ante la palabra dada…
el apretón de manos… asumiendo el siempre posible fracaso, la pérdida, el frío
de la rúe calándole bajo el puente en el que, quizá, algún día le toque vivir…
… en
contraposición con aquel que no asume nada y se queja de todo, como se quejan
ahora las voces que rebosan por el dial, clamando una justicia putrefacta
basada en las mil mentiras de los Hombres, llorando lágrimas de cocodrilo,
rasgándose las vestiduras que hasta la fecha han guardado en fastuosos roperos
ajenos al “Todo a 100” en el que él y
su Sara compraron todos los pequeños tesoros de su amado palacio de 90m2…
saqueadores… socializando pérdidas, obligando a que paguen aquellos que siguen cumpliendo… saneando balances de multimillonarios políticos, usureros con cargo
en la administración de la perra Caja de Ahorros Provincial, con los bienes de quienes, como Josué, siguen cumpliendo con su obligación… que son muchos…
que son todos.
Josué mira
el fuego. La roja llama, el cálido calor… divaga… se pierde entre las tinieblas
de la Meseta, con la mirada triste, recordando aquel viejo libro de física…
aquella cita… “La Energía no se destruye.
Se transforma”…
Resignado,
sonríe.
Como la Energía, la Deuda tampoco se destruye.
Como la Energía, la Deuda tampoco se destruye.
Intranquilo
ante el fuego… intranquilos en nuestra butaca, mientras asistimos en el cine a
la representación de la historia de Josué… una historia basada en un hecho real…
tanto él como nosotros nos preguntamos si, a pesar de seguir vivos, no nos
estaremos, también, suicidando.
4 comentarios:
Es una película de terror en varios sentidos, y con un gran componente de tragedia, pero nunca hay que fiarse de las brujas disfrazadas de "Ada".
A veces leyendo entre lineas tus post, me sorprendo de su profundidad. Muy currados.
Los últimos acontecimientos nos están demostrando que no hay que fiarse de nadie... y mucho menos atreverse a poner la mano en el fuego para defender la honorabilidad del prójimo.
Aunque nos estamos acostumbrando a demasiada peste a chamusquina.
Un saludo, Maribeluca. Feliz Domingo.
Gracias, Doramas.
Siempre intento que dejar un mensaje ahí, entre lineas.
Un abrazo y que pases un feliz día.
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