Cuando los músculos de mis piernas me avisaron del esfuerzo, paré.
Una rápida mirada a mi espalda… una comprobación
tranquilizadora de mi soledad… y una sentada sobre la desértica arena para
recobrar el resuello.
Lo he conseguido y mi corazón, rebosante de pulsaciones, se
mantiene aceleradamente activo, no a causa de la escapada, sino gracias a la excitación
que el aire salvaje y la invisibilidad de los muros relucientes producen en mi
persona. Vuelvo a reconocerme en libertad… y, durante mucho tiempo, pensé que esto
no volvería a ser posible.
Tras la llegada de los Días Oscuros nada había vuelto a ser
igual. La vida… la vida tal y como la recordaba en mi infancia, había quedado
en eso: un recuerdo borroso. Una imagen vaga que dos o tres veces por semana visitaba
mi mente con afán deprimente. El verde, la alegría… la fresca y húmeda lluvia…
la hospitalidad de las gentes, las risas, las cenas familiares… la familia…
Todo se mezclaba en una batidora mental que elaboraba un brebaje con regusto
amargo a pena… a pérdida.
Alrededor de mi posición, mientras las pulsaciones van
recuperando el ritmo habitual, todo es amarillo desierto y picor de arena
ocular. Hasta donde alcanza mi vista, el relieve ondulado de las dunas se
asemeja a una infinita y mortal montaña rusa. Atracción en la que el último andén
reside allá donde flaquee nuestra resistencia… Estación Muerte.
Pero desde aquel día… desde la mañana en la que todo cambió
y el cielo, siempre azul, pasó a teñirse de un pálido naranja abrasador, esta
mañana es la primera en la que me siento vivo. Tan vivo que la muerte… la
visita de la negra parca… no representa una derrota, sino todo lo contrario.
En Base 3P, la vida no era tal.
Tras las evacuaciones masivas, los supervivientes habíamos
sido encerrados en campos de concentración. Miles de almas aglomeradas como
sardinas en latas de alambradas, torretas de cartón-piedra y gruesos muros de
contrachapado. Las bases, alrededor de dos docenas, repartidas a lo ancho y
largo del desierto… que lo era todo, que lo abarcaba todo… la Península, todo
desierto dorado y abrasador… eran pequeños oasis en un mar polvoriento. Pero lo
que antaño eran ángeles de la guarda del temerario explorador… con palmeras,
dátiles y agua fresca… hoy se tornaban cárceles de chapa, aluminio y plástico.
Cárceles a la que nosotros, sus huéspedes, habíamos accedido
voluntariamente. Por obra de nuestros propios pies. Un paso tras otro.
El recuerdo se fue escapando de mi mente, pero gracias a las
historias de Helena, la anciana que vivía en el barracón C, me había hecho una
vaga idea de lo sucedido. Algunas noches, otros chicos y yo nos acercábamos a la
camarilla del fondo, pequeña y con un somero olor acre, donde una senil anciana
nos revelaba los misterios del Universo.
Yo no me perdí ninguna de esas alocadas charlas.
Así recordé las fotografías que colgaban en las paredes de
mi instituto y el color de los zapatos de domingo de mi madre. El pueblo, la
música que fluía desde la vieja radio de Paco, el panadero… el Mediterráneo soterrando
mis pies en la arena. Forzando un poco mi materia gris, apareció el rostro de
una bella joven de profundos ojos azules y sonrisa cautivadora, pero no
conseguía colocarla en ningún sitio… ¿hermana?
¿esposa?... ¿enemiga?... Aquel rostro sonriente era la única imagen humana
que me acompañaba de aquellos lejanos días… y no sabía quién era.
Ni por qué sonreía.
Observando el eterno desierto, las palabras de la anciana
van tomando forma. “No quedó nada. Las ciudades,
los pueblos, las escuelas… todos los bosques ardieron y los ríos quedaron
secos. Pero no fue de la noche a la mañana, no… ¡Qué va! Llevábamos mucho
tiempo coqueteando con el diablo y el lógico final nos recompensó con una
amarga quemadura. Sí… sí, mocosos… ésos que se llamaban a sí mismos… ¿cómo era?
¿Cóm… ¡Ajá! ¡Políticos, sí señor! Ese era el nombre que se daban… Políticos…
Políticos. Con ese
nombre eran reconocidos los viejos reyes. En Base 3P, el Rey era el Tuerto, aunque yo no le había visto
en la vida. Vive en un palacete de acero y hierro en el centro de Base 3P. El
edificio más alto y como corresponde a su jerárquica posición, el más lujoso:
corriente eléctrica durante tres horas al día, diez litros diarios de agua
reciclada y sistema de alcantarillado.
Un auténtico palacio de cuento de hadas.
El Tuerto es quien
designa las tareas mensuales y raciona los servicios sociales, a saber: “tú a pedalear… tú a la granja de combustible…
tú a limpiar la flota… tú a fregar… a cocinar… a vigilar… a abusar…” La
vieja Helena decía que El Tuerto era
casi tan viejo como ella, pero que “el
agua y la higiene diaria hacen milagros”.
Y debe ser cierto pues yo, con veinticinco años a mis
espaldas, tengo un aspecto lamentable.
Una noche en la que estábamos solos, Helena me dijo que El Tuerto, antes de los Días Oscuros,
había sido político. Me advirtió que olvidara sus palabras ya que todo aquel
sospechoso de conocerlas, era sacado durante la noche del barracón y nunca más
se volvía a saber de él. Se sospechaba que eran subidos a bordo del Halcón del
Desierto y adentrados en la dorada infinidad hasta el punto de no retorno. Allí,
patada en el trasero, cientos de quilómetros de desierto envolvente… y muerte
segura.
“Es una condena, mi
niño” decía la vieja Helena, “Esto…
3P… es un infierno en vida. Y él… el perro de ahí arriba lo sabe. ¡Cómo no va a
saberlo si él era uno de los políticos que nos encerró aquí! Pssss…. no hables
tan fuerte, muchacho… Sí, sí… El Tuerto. Una de esas ratas que nos condenó a la
miseria y al sufrimiento eterno. Sabes… ellos se proclamaban “sirvientes del
pueblo”, pero hicieron todo lo posible por destruirlo. Todavía recuerdo la
noticia: “Halladas grandes reservas de crudo en las Islas”. Sí, lo recuerdo
bien. Recuerdo las posibilidades que aquel hallazgo representaban para el país.
Energía… trabajo… futuro… Pero no sucedió nada. El cuento de la lechera, a lo
sumo. Los políticos… El Tuerto, aunque ahora no quiera ni oír hablar del tema…
se encargaron de echarlo todo por tierra. El bien común fue relegado en
beneficio de la singularidad política… en nombre de no sé qué “cambio climático”,
el proyecto de extracción quedó relegado… “mancha”, “contamina”… hasta que
estalló en Oriente la Guerra Negra y la oscuridad de las bombas hizo aquello
que los políticos imputaban al oro negro. Pero la viscosidad mortal del petróleo
no aniquiló la Vida, no. Ellos, los políticos y sus bombas termo-asesinas,
fueron los que se alzaron con el papel principal de la tragedia... quedando para ellos lo que ves a tu alrededor... y lo que no ves ni imaginas...”.
Sentado en esta duna mientras mis piernas recuperan el
fatigado vigor, cierro los ojos y sonrío ante la imagen de Helena… sus arrugas…
su grasiento pelo blanco… su discurso lento y enrevesado… Me costó reorganizar
todas sus palabras, pero al final capté la intención de tanta charla, noche
tras noche, en la oscuridad de su perfumada camarilla. El Tuerto… su oscuro y
escondido pasado… su tiránico dominio… Comprendí por qué nosotros éramos
obligados a pedalear horas y horas en los aerogeneradores o por qué pasábamos maratonianas
jornadas recogiendo heces de gorrinos… Electricidad para el patrón y los suyos
en sus largas veladas nocturnas, salpicadas de aguardiente de ortiga y
prostitutas hambrientas. Quizá no fueran prostitutas, pero lo de hambrientas
quedaba fuera de toda duda.
Un Infierno en vida.
Una vida que, prisionera, rezaba por la llegada de la negra
parca… derrotada entre tanto hastío y desesperación… abandonada a su suerte
entre chinches, enfermedades y violencia. El Tuerto, todopoderoso, había
instaurado la ley del más fuerte… y él era el rey de la montaña.
Pero esta mañana de Marzo yo he escapado de Base 3P. Con las
primeras luces del alba, he agarrado mi ínfimo petate y, tras saltar una
ridícula valla, he emprendido mi carrera hacia el Norte. Miro hacia atrás y no
observo nada. Ninguna columna de polvo que indique cacería humana alguna. El
Halcón del Desierto, líder de la flota automovilística de El Tuerto, no parece haber salido de su garaje en busca de la presa
fácil.
Su gasolina… su preciado y precioso petróleo… espera a cosas
más importantes. Bien protegido por los mismos de siempre… antaño políticos…
ahora reyezuelos de pequeñas patrias de chapas, chamizos, aerogeneradores y combustible destilado
de la mierda de cerdo.
Arriba.
Mis piernas pueden, de nuevo, correr sobre las dunas. Hacia
adelante… hacia la Libertad… o la Muerte… aunque ahora ésta se presenta
diferente… con otro rostro… quizá el de una muchacha rubia… con profundos ojos
del color de la Mar.
Señores… mi nombre es Mad Max… y tras las dunas está mi
Carretera, de la que soy Guerrero fiel.
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En sencillo homenaje a Mad Max 2 (1981), de George Miller.
9 comentarios:
Siempre los políticos, con sus palabras engañosas, causando desiertos de soledad, miseria y muerte.
Cordiales saludos, amigo Herep.
Buenas Herep.
Poético tributo a ese personaje de ficción pero que, a la sazón, nos evoca la siempre turba parasitaria que es la clase política. El desierto que describes bien podría ser el desierto de posibilidades de mejora que nos dejan al ciudadano de a pie así como la sequía de esperanzas a la que han rebajado nuestros sueños.
Un saludo, amigo Herep.
Buen homenaje, muy evocador. Estas termitas dejaran eso, solo arena, vacío, desolación. Si no fuera por las personas normales que cada mañana suben la persiana del país para que esto funcione ya estaríamos en esas y culturalmente ya estamos.
Saluditos amigo.
Un post con un cierto aire Apocaliptico diria yo,En ese mundo que describe tan bien,Los politicos son como los cuervos negros.un saludo.
Desierto inmenso, Wittmann. Miremos donde miremos, nuestra vista tan sólo abarca arena, dunas y un mortal Lorenzo.
Cogieron el bosque y, de tanto defenderlo, acabaron convirtiéndolo en páramo arenoso.
Esperemos que el Sol caiga con igual fuerza sobre todos... inocentes y culpables.
Un abrazo.
¡Te salté, Tío Chinto!!!
Unos personajes que deberían representar a todos los españoles, tan sólo se representan a ellos mismos y sus propios intereses.
Esa es la desgracia que llevamos en el ADN, amigo. Nunca un país tuvo tan malos gobernantes como el nuestro.
Y seguimos para Bingo, que es lo asombroso y alucinante.
Algo debemos tener de divino.
Un abrazo, artista.
Zorrete,
Triste futuro nos aguarda. Esas personas trabajadoras cada día tienen más dedos alrededor del cuello.
Demasiados días de vino y rosas a costa del bolsillo del prójimo.
Y demasiado sectarismo, amigo. El "o estás conmigo, o contra mi" se ha impuesto en la sociedad.
Y eso no es muy bueno, que digamos.
Un abrazo.
Los políticos son cuervos negros, Agustín. Por uno honrado, encuentras cien que no lo son.
Tan sólo les falta tener sindicato propio.
Un abrazo, neozelandés.
¿Acaso lo que describes no es sino el triste destino del soldado universal?
Bonito post Herep.
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