Allí estuvo el tío Carlos, con su walkman de esponjitas
naranjas, paseando su óxido por las galerías del pabellón de los politoxicómanos.
Sus piernecicas huesudas y amoratadas, la cinta que le grabé de Extremo... sí
que mola, chaval, esto sí que golpea aquí, ¿comprendes?... y su mierda de
condena pospuesta largos años.
Sucedió cuando estaba de moda atracar gasolineras con
destornilladores; fue juzgado teniendo ya una chiquilla y una existencia
condenada; murió abrazado al bicho una noche, en su catre impostado, entre las
tinieblas de una celda de prisión.
Los consellers... ¡a la mierda la bandera,
President!... disfrutarán de las mieles del sistema penitenciario de la
sociedad del bienestar española. Paredes de estuco veneciano, nórdico de plumas
de pato y una ventanita a través de la que entre un rayo de Sol, pero la
sensación de ausencia de libertad, el horario estricto de la rutina del preso,
el rancho bajo las miradas atentas... eso, consellers, eso lo vais a degustar
a lametazos, héroes.
No será porque no se os advirtió antes. Como al desgraciado
tío Carlos, fueron muchos quienes os aconsejaron que no os desviarais de la linde
de la legalidad. Consejos de garantías, abogados, leguleyos, imbéciles con el
doctorado que da el fracaso universitario... no hubo orate que no mencionara la
posibilidad -remota- de una respuesta contundente de la justicia. Y a la
precariedad de vuestra posición social, emulando la excusa que empleaba nuestro
viejo amigo cuando la abuela le reprendía las compañías y la holgada
vida que le reportaba el postureo de grifa, tampoco podéis achacarle las culpas
de vuestra condena, valientes.
Con cien mil euros al año en nómina sería una burla a los
quinquis habidos y por haber.
Si me dejáis que os lo diga, parad la oreja: vanidad. Esa
peculiaridad que os impide apartar la mirada de vuestro rostro cuando se refleja
en los espejos de vuestro callejón del gato particular, también conocido como prusés,
y cuya realidad deforme imaginabais que os iba a hacer merecedores de esa
admiración que anheláis. El fervor de la masa liberada, adoradora de hacedores
de patrias... de Ítacas... de imperios que mil años duren. Ahí, vosotros, consellers,
ibais a erigiros victoriosos en la batalla impostada con la que habéis engañado
a vuestros nobles de profesión liberal, esa aristocracia con carné del futbolclubfarselona
y ascensión de rodillas a la montaña mágica de la moreneta. Como el Sant Jordi
con armadura de armani, liberarías a la doncella oprimida por la maldita
España, esa anomalía histórica que ha venido sembrando de desgracias el destino
del populacho elegido, y para ello, empuñando la espada de las sonrisas, las
palabras grandilocuentes y dinero ajeno, habéis pisoteado leyes y estatutos y
constituciones y senys y demás vergüenzas, miserables.
Con las espaldas a buen recaudo en alguna palacete
lennonista, habéis arrastrado...
... y arrastráis...
... a la mancha humana a la ciénaga de los muertos.
Pero hete aquí que la ciega justicia os ha venido a llamar a
la puerta justo cuando menos os pensabais... ahora que tenéis hijos y vidas
resueltas a despecho del bolsillo del prójimo. Después de décadas chantajeando
y atracando a la Nación con vuestro destornillador de mentiras, manipulaciones
y lloros, el expediente ha pasado a un juez que, raudo, ha decretado la
provisional, rompiendo el relato y contrariando el plan maestro que pasó de vuestros padres, cuatreros, a vosotros, golpistas.
Dais con los huesos en la cárcel, consellers...
... y, aunque la celda no chorrea humedad y tuberculosis, la
modern(h)ez de las suites de hoy no puede evitar la triste ironía que me
asalta comparando a los pobres tíos Carlos encerrados en sus mazmorras y las frágiles
cajitas de fina artesanía en las que os pudrís, cucarachas.
Que os aproveche, consellers.
No hay comentarios:
Publicar un comentario