Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

11 sept 2017

La gran liada


Cuando leí Un día en la vida de Iván Denísovich, una cita en el prólogo se quedó grabada en la masa encefálica de mi cerebelo de primate, y, como las malas digestiones, de tanto en tanto, en los momentos de zozobra, vuelve a resonar con fuerza en el cuerpo hueco de mi existencia.
En este siglo abominable, es el hombre en todas partes tirano, traidor o prisionero.
Es del gran poeta ruso Aleksandr. Pushkin, y a pesar de no referirse a este siglo XXI de coches voladores e inteligencias artificiales, como la sentencia de un juez imparcial podría aplicarse a toda la historia de la humanidad.
Veamos, hoy, en este día honorable de la gran liada del nacionalismo catalán, quién es el tirano, el traidor y los prisioneros, aunque no creo que sea muy difícil identificar a los miembros (y miembras/us) de las clases sociales de la modernez de mierda que tenemos por sociedad.
Los primeros, como no podía ser de otra forma, son los politicuchos y pater familias de ambas castas y diverso pelaje que, ufanados en la consecución de las mayores y mejores prebendas y la salvaguarda de los sempiternos privilegios que han acuñado sus apellidos a lo largo de los siglos, envenenan desde sus púlpitos con burdas mentiras y groseras manipulaciones las mentes de los feligreses con la intención de crear el clima de confrontación que más propicio resulta para sus intereses. Dictan las palabras esperando que el lumpen las torne en acciones. Sus manos están más limpias que las de Poncio Pilatos. Hablan de recuperar derechos viejos, códigos de usos y costumbres feudales; lanzan soflamas apelando al falso diálogo, a la claudicación revestida de pactos monclovitas, enumeran abrazos de segunda transición y nihilismo heráldico de corte federal asimétrico.
Los segundos, la camada de los traidores, la forman quienes teniendo la información de la desvergüenza institucionalizada permanecen en silencio o haciéndole el juego al poderoso a cambio del plato de lentejas, la medalla pensionada con distintivo mojón o el querubín imberbe con el que calentar las frías sábanas en la noche de invierno. Hacen uso de la admiración incondicional que les profesa el vulgo, el aprecio de sus chistes y chascarrillos, la tergiversación del cómico y la gesticulación bárbara del mimo. Copan los medios de desinformación, censuran por obra de la corrección política y la discriminación positiva, escarban en el cieno hasta hallar la libertad... su libertad... que derrumbará las mazmorras donde mora el pecado original del hombre laico.
El último grupo, el de los prisioneros, es el más numeroso, y en él se engloban tanto aquellos que creen a pies puntillas las milongas de los dos estamentos superiores de la pirámide de la infamia -ilusos que anhelan el paraíso terrenal del que hablan las escrituras, con sus repúblicas de redistribución bananera, los estados punteros en el conglomerado de la humanidad mundial y la voluntad como reflejo de la democracia social de Nivel C-, junto a los pobres hombres venidos a menos... al estado de súpersimio... que contemplan los barrotes de la prisión sectaria y criminal que han ido levantando a su alrededor con una mezcla de desesperanza, misericordia y profunda náusea.
Hete aquí, con ustedes, la suciedad social del nuevo régimen.
Como dijera Pushkin, también en este siglo abominable.

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