Rendiose el San Juan, y cuando subieron a bordo los
oficiales de las seis naves que lo habían destrozado, cada uno pretendía para sí
el honor de recibir la espada del brigadier muerto. Todos decían: "Se ha
rendido a mi navío", y por un instante disputaron reclamando el honor de
la victoria para uno u otro de los buques a que pertenecían. Quisieron que el
comandante accidental del San Juan decidiera la cuestión, diciendo a cuál de
los navíos ingleses se había rendido, y aquél respondió: "A todos, que a
uno solo jamás se hubiera rendido el San Juan".
Así narraba Galdós la caída del Nepomuceno; la muerte de
Churruca. Trafalgar.
El otrora buque insignia de la Armada, vedlo monos en la
fotografía adjunta, arrió días atrás en el puerto turco, morada del gran sultán,
donde una plaga de termitas darán buena cuenta del acero del pequeño
portaaviones.
Imagino la escena. De agujeros escarbados en el suelo, cien
mil dentaduras devorando una víctima que chirría amargamente y se lamenta por
los milloncejos perdidos en pringosos sobres que lo condenaron al desguace. Sudor, hez y lágrimas,
todo junto, a la sombra de un aserradero comido por el óxido y la podredumbre
del desierto emturbantado.
A cien mil hienas se rindió el R11, príncipe de asturias.
Infinita tristeza.
Ni rastro de la ceremonia de la entrega del pabellón; no se
oye ningún tintineo de sables; en un Mundo Raro que gira y flota en la nada, la
consideración que el viejo imperio católico despierta en los principales
actores del gran teatro es ridícula, irrisoria, desconcertante como lo es ver
la vergonzosa resistencia de un escarabajo caído en el desfiladero de la
hormiga león.
Todo gira y gira, las naciones se preparan, las estridencias
son de las piedras de afilar aceros, la no-proliferación es cosa del pasado. Se
suceden las ferias, los contratos de investigación y desarrollo, nuevas
generaciones armamentísticas, el alza del presupuesto. Si vis pacem para bellum.
Tensiones diplomáticas, un estudiado juego de peones, el reloj de la medianoche
pronto anunciará el fin del baile, cenicienta.
Será necesaria la industria de un escribano distinto a Galdós
para novelar el próximo capítulo de la historia de España. Él no sirve. Se
requiere la industria de un simio venido a más que haya mamado las corrientes del
viejo fantasma que recorre esta tierra de ingratos. Alguien que sepa reflejar
el pensamiento utópico de quienes prefieren morir a matar; que decore con
maestría la traición de la puñalada trapera y mancille el arte del duelo entre
caballeros; una pluma -son legión- capaz de versar una odisea que disfrace el
océano de náusea de los sempiternos enemigos de España que, en estos tiempos infames, han recobrado su brío al amparo de los serviles y cobardes.
También, en las rendiciones, hay diferencias.
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