Se va encarando el declive del Septiembre y la tarde
languidece cada vez más temprano, el aire es ligero al bajar de las montañas y el vocerío de las
terrazas va perdiendo paulatinamente la alegría de semanas atrás, pero ninguna de estas
evidencias circunstanciales es advertida por Quimet Fernandes Garsia, para
quien la vida transcurre de butacón en butacón, ajena a los vaivenes azarosos
de un ajetreado circo de pan y circo.
Sólo la punzada en los riñones, herencia de tanta serenidad,
hace el puntual acto de presencia mientras degusta un carlos tercero con doble
de hielo una vez aposentado en el salón de su palacete, pero el protagonista de esta historia apenas depara en el calambre amistoso: está absorto en cavilaciones, en un océano de dudas. De un trago da buena cuenta del segundo
lingotazo. Agarra la botella, se sirve un tercer carlos tercero.
No es exactamente... no sé... es algo, una sensación
impredecible... es eso que...
... nunca miedo -¡qué va!-, él no tiene miedo, jamás, aunque
su vanidosa valentía no se debe a sus arrestos ante la hidra de
siete cabezas, sino al total desconocimiento de qué es el miedo, virtud moderna
(de mierda) que ha ido implementándose en las conciencias de la mancha humana global merced a la
trivialización del Mal y sus mil bastardos.
Quimet no ha catado guerra ni persecución, nunca faltó
herencia que pasara de padres a hijos y de hijos a nietos, sus únicos ansiolíticos
se debieron a la disputa entre dos vecinos a cuentas de los lindes de una parcela del término, y, a pesar de ello, para gloria y loa de sus conciudadanos admirados, Quimet
Fernandes Garsia ha plantado cara a la infinidad de hecatombes que recorren el
globo a lomos de esta o aquella butaca de terciopelo en la que aposenta su trasero
desde que sale hasta que se pone el Sol. Posesiones místicas de estados
opresores, latrocinio de metrópolis imaginarias, el heteropatriarcado de los
africanos más allá del río grande, la mutilación de la lengua de nivel c, las
fuerzas de ocupación... no hay nombre de demonio que no haya combatido con el
fuego de su vara de alcalde.
Sense por, Quimet.
No.
No es exactamente eso... pero duda, está nervioso, un vacío
extraño se abre paso en su interior desde que ha recibido la notificación del
fiscal convidándole a dar explicaciones de su soberbia al frente de la
administración local.
Mañana a las nueve aftermeridian; no falte.
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Y un hombre que cree ser un dios siente un escalofrío muy
humano recorrer su columna.
300, de Frank Miller.
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