Podría haberos pasado la película en sesión golfa.
Traerla
para que disfrutéis de ella al amparo de la madrugada, acompañados por las
brujas que velan sobre sus escobas los dulces sueños de la inmensa mancha humana
que va desplazándose por el globo terráqueo. Aterraros con los giros del
argumento. Haceros pensar. Poneros mal cuerpo. Empujaros al vómito. Mostraros
la náusea. Tres líneas, dos fogonazos, el delirio de la sinrazón...
... pero no tengo tiempo de desglosar esa película en la que
un padre se encierra en un hospital cualquiera para, a punta de pistola, exigir
a los jerifaltes de la sanidad un corazón para su hijo enfermo... o un hígado...
o una córnea... o una puta mierda de transfusión de sangre de tipo negativo.
Desgraciadamente, el Ejército de los 12 Monos lleva varios días
deambulando por unidades de cuidados intensivos, salas de urgencias y largos
pasillos que apestan a desinfectante. Quizá por esto, por el ambiente deprimente de la espera, y a pesar de cancelar el pase
para cinéfilos noctámbulos, voy a traer a colación las desventuras de otro
padre... de otra madre... cuyo hijo pequeño, minúsculo, víctima de una
enfermedad ajena al catálogo de la medicina ultra-moderna de la que tanto nos
vanagloriamos, ha sido sentenciado a ser desconectado de las máquinas que le
mantienen aferrado a la vida terráquea tras sentencia firme de la justicia
emanada del pueblo.
Ni cortos ni perezosos, la horda de mierda que medra aupada
a la joroba del populacho... los presidentes, los subsecretarios, las juezas y
jueces y juezos para la democracia, toda la camada de bienpensantes de
progreso intelectual y filosófico, las sanguijuelas de la Europa secuestrada por el mercader y la usura y la redistribución de la miseria...
todas las ratas que salieron de las cloacas del Templo, de un plumazo, han
decidido desenchufar al crío, que la luz está muy cara con el tema de las
renovables, los coches a batería y las moratorias nucleares.
La Muerte, recetada por los siervos de la
Bestia, es gratuita, sale regalada, aplaudid, cantad, danzad danzad malditos...
y no escatiméis desprecios hacia aquellos progenitores que, incrédulos, ven cómo se
esfuman las esperanzas de sanación en beneficio del derecho eugenésico con el que el cónclave de matarifes enmascarados pretende ofrendar, a los
becerros de oro y papel moneda de la religión laicista, el cadáver de la carne
de vuestras entrañas.
Otro cantar sería que el protagonista del esperpento hubiese
nacido en una patera o en una maleta, fuese feligrés del miserable profeta del
turbante arábico o, ¡alabado sea el animalismo de progreso!, tuviera cuatro
patas, un hocico y su renombre, Excálibur, fuese loado por los más aguerridos
trovadores del lennonismo universal.
Así que, aún sin poder emitir el film debido a una infinita
desidia de sábado gris y lluvioso, deciros que el padre del joven europeo,
presa de la ira... ira, sí, ira ciega, blanca, honorable e inmortal... de un
manotazo, llegado el clímax de la historia, cuando el pelotón de batas blancas
y togas baratas manchadas con la mugre del camino aparecen por la puerta del
box que quieren convertir en mortaja del héroe benjamín, de un manotazo,
repito, ha de apartar a la cuadrilla de la sepultura, arrancar la tecnología a
la que está enchufada la carne de su carne y, con Él aferrado a su regazo,
coger las de Villadiego al amparo de las uñas de su mujer, afiladas para abrir
camino a través de la ciénaga, rumbo a su casa, a su cuna, donde cantarán al
pequeño una nana hasta que se duerma, corra a jugar con los ángeles y en el
cielo brille con fuerza una nueva estrella.
Después...
... cuando el duelo se tome una pausa...
... el padre ha de volver al hospital,
ha de aparecer en el
vestíbulo del tribunal,
entre las bancadas de los hideputas del Parlamento...
... y con gasolina ha de purificar mediante el fuego tanta inmundicia.
Quien haya dentro, que arda.
Que todo arda.
Que todo sean cenizas.
Que todo sea polvo, y al polvo vuelva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario