La diferencia con la conocida, dispensada desde su balcón
por el ex-portero de discoteca de La Pampa, radicaría en que esta última,
feminista y modernista e hija pródiga de la nueva sociedad que están inyectando
en vena las huestes de la progr(h)ez y sus tapados adoradores de la cheká y el
eco-comunismo de maltusiano salón, sólo puede ser recibida por quienes, en el
clan de la barba marxista germano-soviética, son reconocidos como parias de la
tierra, y de entre tamaña mancha humana pringosa, sólo los bienaventurados que manda el conteo de los votos, así
que no os hagáis ilusiones, lumpen.
La práctica nunca fue muy de la mano de la teórica. La famélica
legión, a pesar de seguir siendo cantada a coro por los piji-analfabetos de la
PSOE y adláteres de la Complutense en sus encierros espirituales donde sueñan y duermen imaginarios de niños
de teta, hace décadas que dejó de ser un todo para convertirse en un puñado, víctima
de un clasismo de barrio bajo, navajero, asalta tumbas.
Aquellos privilegiados eran conocidos como nomenklatura.
En nuestros días del conocimiento inútil y la moral
nihilista, los elegidos entre la morralla del internacionalismo asimétrico se
hacen llamar gente... somos la gente... "su" gente, claro: los afines
al Partido, activistas militantes, figurantes asociados, cómicos y comisarios
culturales, graciosillos pirómanos y valientes de los que batallan revoluciones
pasadas.
Hechos a imagen y semejanza de Vladimiro, no llegan a ser
pulgas de su tren blindado, pero cuentan, merced al bienestar dogmático del período
de entreguerras, con la liberación que otorga el discurso lacrimógeno, la
afrenta encubierta y esa poderosa arma revolucionaria que, a diferencia de la
mentira, convierte la verdad en algo ofensivo, esquivo y fascista.
Son los milagros marianos de la bula moderna, la bula mamal, y la
justificación de los medios en pro del un apoteósico final para el denostado proletariado.
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