Circula por ahí el vídeo de unos niños de teta que está
causando furor. En él, los críos, con la cara inocente de los niños, repiten
sonrientes las arengas de un tutor recién salido del horno académico del
nazionalismo de usos y costumbres. Recrean el sitio de Cambrils, aquí en la costa,
episodio ocurrido rondará los trescientos y pico de años atrás: buenos y malos,
españoles y catalans... nada de catalanes: catalans, dels nostres, botiflers...
y demás bravuconadas de aniquilar los ejércitos enemigos, vencer a España, segar cuellos... y
tiña, mucha tiña en el jardín de infancia.
Y, a pesar de que los llorones del expolio, el odio y la
opresión milenaria de la metrópoli han corrido a edulcorar lo infumable del
asunto argumentando que estaban enseñando historia -los niños del poble elegido
aprenden a hablar recitando líos de faldas de don Wilfredo- de forma ágil y simpática según
los nuevos cánones de la pedaboba en jefe, se ha levantado una miaja la
marejadilla.
Aquí, en la costa, conocemos bien estos fenómenos cíclicos.
Son especiales, como una brisa de aire fresco en una noche de sofocante calor,
una chispa de pundonor alterando la agua mansa de la costa nuestra.
Pronto pasará.
Una rápida barrabasada radiodifundida del lelo del día -un
político, un titiritero, un periolisto, un guionista menor, un intelectual
gafapasta, un tío que viene a hacer la lectura del contador del gas-, y la
mancha humana virará en la dirección que el viento, ese amo de la Tierra,
sople. Será gracias a un nuevo sobre en la cuenta suiza que los agentes
fiscales guardaron para mejor ocasión o a los admiradores lennonistas,
empeñados en lanzar pasteles de mercadona al rostro del tipo de inditex -quizá
una pelea de gallos de temática kantiana entre el niño novita y coleta morada-,
poco importa: el vídeo caerá en el olvido, los niños de teta seguirán mamando
la leche del odio totalitario y los hijos de la bestia, sello a sello, irán
cerrando a los últimos rezagados en la habitación ciento uno.
Con la resaca quedarán los restos de la negociación, la
tierra yerma de la concesión perpetua, y se cerrará otro eslabón en la cadena
de la humillación que los catalanes llevamos al cuello. Es una triste suerte, un
futuro maldito, pero no sufráis. La cosa se soporta bien, aún llegamos a
sostener firme la mirada. Son muchos los años sufriendo el adoctrinamiento normalizador
del fascio nacionalista de fuero, familia y honorapbla; demasiadas las heridas
abiertas por la mermada izmierda bolcho-pijo-menstrual de serie b y su nacionalismo internacionalista
robolucionario... y, en medio, toda una vida sufrida por estos miserables catalanes abandonados a su suerte y de
cuyo hígado todos los días se alimenta el diablo.
Pero el destino se ha hecho algo alegre... por aceptado.
Unos obtienen cestas de navidad como derechos adquiridos,
nosotros, el martirio de chapotear entre tanta náusea.
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