A todo esto, la disputa viene a cuento del aniversario del
asesinato del socialista talentoso, el hombre bueno del que hablan las profecías, en una fría
noche de Barcelona, en la puta rúe, de dos tiros de pistola etarra.
La alcaldesa de la ciudad que fue testigo del crimen emite
un bando en las redes sociales -el parlamento de la democracia real ya- canonizando
a la víctima, político de izquierdas comprometido en la defensa de los derechos humanos
y la tolerancia y el libertad, libertad, sin ira libertad. Rápidamente, la réplica
viene servida por el rudo concejal de partido bolche: otro refrán en la red social
para adjetivar el sesgo político de la víctima... sí, pero de la banda
del terrorismo de estado.
Jarana, sarao, el mensaje corre por los móviles, las tabletas,
el joputa de la tele ya tiene un chiste para acompañarnos durante la cena. Poli
bueno, poli malo. ¡Qué barbaridad!
Al quite aparecerán los gurús de la nueva izquierda, auténticos
maestros en el arte de disfrazar de lindo gatito la miseria ideológica que les
corroe las entrañas. Dirán que el muerto fue un político adelantado a su
tiempo, un firme partidario de la solución dialogada, paladín de los derechos
humanos -antifa y antifra y antitrump-, defensor de la pluralidad de las
Españas, la redistribución de la riqueza y el canal liga en abierto, pero los
votantes iluminados que obraron el milagro de las ratas y los concejales
esgrimirán contra esos argumentos el mantra del terrorismo de estado, la lucha
armada y la pleistocénica opresión ejercida por las Españas. Ira y odio en
pequeñas dosis, ciento cuarenta caracteres, cosas del humor macabro que destila
la generación mejor preparada de la historia.
El episodio finalizará en un
inmenso orgasmo democrático: El socialista fue un daño colateral de los días en que no
imperaba la solución dialogada del conflicto político, titularán los
corresponsales de la subvención, y asunto resuelto. Vale ya. Feliz la
alcaldesa, que evoca el talante del hombre del pueblo y su convicción férrea en
el poder hipnótico de la neolengua aplicada; amargado el rudo concejal a pesar
de la equiparación de víctimas y verdugos que conlleva la aceptación de la
tesis política.
Este ha sido el motivo de la discusión con el viejo que ha
venido a limpiar el hollín de la chimenea. Él decía que el concejal es un
radical, que esas cosas no se pueden decir, el pasado pasado está, y que la
alcaldesa tenía que meter en vereda a los exaltados, no fuera a prender la
llama en la sociedad, seca y colérica como un bosque mediterráneo a mitades del
verano. El socialista -catalán, recalcaba el viejo cabrón- quería hablar con
los chicos de la gasolina, llegar a un acuerdo, firmar una hoja de ruta como la
que escribiría el presidente felón una década después. Acercarles las bondades
de la palabra. Un futuro de amnistía, tías y cerveza fría entre "hombres y mujeres -vascos y vascas- de paz".
Yo le he dicho que debería buscar otro trabajo. Tanto hollín
terminó por penetrarte el cerebro, viejo. En la partida de ajedrez del
terrorismo etarra compiten socialistas con blancas, y socialistas con negras...
y es una partida amistosa, amañada. El muerto cayó como un peón sacrificado en
busca del jaque a la descubierta, un pasatiempo para adormecer a una sociedad
que en circunstancias diferentes jamás habría consentido la humillación de ver
a España rendida ante una banda de asesinos. Su muerte fue el empujón necesario.
La consagración de la palabra como medio para solucionar el terrorismo. Podemos
ver cómo es santificada en todas las casas de culto de la progresía socialista.
Y la palabra es deshonor, claudicación, y muerte.
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