Sue nació en el barrio de... de... ahora no lo recuerdo, no
importa... era un barrio de bloques como fichas de lego, cuadriculadas, enormes
y uniformes, todos grises con multitud de pequeñas ventanas y más pequeños
balcones.
Fue a la escuela mientras su padre conducía un camión y mamá
cosía en una sastrería de la calle Castillejos. Cuando caía la noche, mamá
remendaba en casa... y barría, preparaba la comida, le sacaba vapores a la
plancha y arropaba al crío, a Sue.
Mal nombre, el de Sue. Una borrachera de su padre tuvo la
culpa, pero fueron sus costillas las que recibieron durante la infancia. Ahora
le preguntas durante el desayuno y te dice que no recuerda aquellos años, que
ha pasado mucho tiempo, y no miente: su mente ha eliminado esa etapa de su vida
como un negativo expuesto al Sol. No queda nada, un vacío, indiferencia.
Pero la vida sigue, Sue llegó al instituto y la cosa cambió.
Todo risas, todo amistades, los años buenos, piensa cuando retrocede a las
clases, las bromas y los primeros amores que caracterizan la imagen -algo
difusa, reconocerá tras tres cervezas- que tiene de su época de bachiller. Su
padre había dejado el camión y andaba enredando por casa enganchado a la botella de oxígeno que le regalara su estrecha relación con Marlboro. Madre... bueno, madre seguía
cosiendo, pero mantenía el gesto sonriente, bonachón...
... todo bien. Una familia cualquiera del barrio de... bueno, desisto...
Sue se ha convertido en un buen partido, un yerno de los que te hacen sentir
orgullosa, mujer. Beca, facultad, carrera de derecho y curro a media jornada en McDonalds.
Llega a casa pasadas las once, las fuerzas justas para
dejarse caer en el sofá de su cuarto, y mientras echa condimento a la picadura,
se deja mecer por el vaivén con el que las ondas hipnóticas de la corrección
política adormecen a la mancha humana. En la TV, ración doble de sentido y
sensibilidad, comercio emocional y regusto amargo a desasosiego y culpa.
Sue se indigna en su sofá. ¡Puta sociedad! Unos tanto...
porque él, en su pared, tiene un cuadro que es la carrera de derecho que obtuvo
en la tómbola universitaria; Sue -el hijo de obrero- hoy importante abogado a la
espera, ¿menú McPollo y patatas barbacoa, señor?, de dar el salto que al
millar de euros en bruto. El gran Sue, cuyo padre chupa oxigeno de la Ubre pública
y güisqui de cinco euros la botella... y su madre, ¡la santa madre de Sue!, siempre
tuvo máquina de coser en casa, y lavadora, y nevera americana y una rata robótica
que se pasea por el pasillo bebiéndose toneladas de polvo, ¿qué puedes
reprocharle a la vida, madre? ¿Y usted, padre? ¿Y tú, Sue, qué le puedes
reprochar a la vida, imbécil? -se dice bebiéndose una birra de 3,75€/lata de un
trago- si has tenido la suerte de vivir en el Primer Mundo, el avanzado, la
antesala del "otro mundo es posible". ¡Privilegiado, deberías
apellidarte, cabrón! ¡Tú, y todos... todo Occidente! ¡Culpable!
Y así, resumida la función del Gran Teatro de los Sueños, el
publico catódico, la mancha humana hipnotizada...
... Sue...
... las familias del barrio...
... van imbuyéndose del pecado original con el que se
alimenta la Araña.
1 comentario:
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