Fracasos

Pasado el día de los muertos, volvemos al de los vivos, este circo de tres pistas en las que se representa la gran función de fin de temporada.

Espectáculo diario, tres funciones -mañana, tarde y noche-, atrévase a hacer realidad lo imposible. No podrá dejar de hablar de lo que han visto sus ojos.

Entre los gruesos muros del Cuartel General se escuchan cuchicheos acerca del desmembramiento de la familia brasileña afincada en España. Sí, exacto, ese caso en el que un primo o hermano o vaya usted a saber qué, le daba matarile a su pariente, a la doña y a los dos niños de pocos años, sino meses. Estaba enamorado de ella, dicen los rotativos de prensa para quien siga creyendo en ellos, y, ni corto ni perezoso, resolvió el despecho en modo carnicero de Texas. Tuvimos fuga, búsqueda, hallazgo en la inconmensurable favela en vías de desarrollo que es Brasil, capital foro de Sao Paulo, y la pertinente dosis de casquería al publicitarse los mensajes entre la rata carioca y su camada de cómplices/encubridores/instigadores. 

A las dos horas, ya estaba el infeliz firmando ser juzgado en España.

Los monos hablan de eso, de la decisión del miserable... y la pizca que resta para la ofensa que ha de corroborar la desesperanza, otros la aportan sacando a colación el caso del violador condenado que, tras recibir su tercer permiso penitenciario -¿premiando su buena conducta?- ha vuelto a las andadas cazando a una nueva víctima. No será la última, tampoco él será el último miserable que disfrute del dulzor cándido de la justicia de España. Cada cierto tiempo salta la liebre, y es más cierto que a es a.

Hablando de saltar la valla, algunos mencionan los motines de los CIE's, con sus ilegales al asalto como en la escena clímax de Holocausto Caníbal, dando botes y gritando "libertad, libertad, libertad" como jamás hicieran en su tierra, ante el sátrapa de turno que les roba las cabras y los críos o les envenena la mente con conquistas de edenes occidentales. Subidos al tejado, tiran rollos de papel higiénico a un jefazo de la madera que se ufana a señalar que el motín no es violento, que hay fiesta en el lugar, llueve confeti y vuelan las serpentinas...

y los monos de este ejército bromean acerca de complejos, miedos y contradicciones vitales.

La justicia representa su  función en la pista central, la mancha humana observa extasiada, eufórica, aplaudiendo hasta rabiar las acciones misericordiosas de quienes se reblandecen ante la petición de un permiso para una inseminación artificial o una enfermedad incurable, el análisis positivo de un expediente clínico, el test psiquiátrico para mentes de párvulos, el premio de la buena conducta, la revisión de una sentencia injusta, el condicionante humano, la reivindicación del derecho inalienable de los árboles, el factor social, el buen salvaje, un piji-progre tocando el timbal con el rabo... ¡Cómo no sentir piedad del desarrapado! ¡Cómo no perdonar al que ha sido vilipendiado por esta vida tan... tan injusta... tan perra! ¡Odiemos el delito, compadezcamos al delincuente!

Y el público aplaude, entre sollozos, asintiendo con la cabeza, diciendo que sí, que la sociedad es culpable, ellos son culpables de poder fumar Marlboro cuando hay quienes recogen colillas por la rúe, hay que implantar la ética social, empoderar la felicidad, y, de detrás de las bambalinas, salen los artistas que mueven los hilos de las puchinelas para, todos en pie, cantar el tradicional himno justiciero español: ¡Amnistía, amnistía, amnistía!

El circo brilla en un mar de luces de neón. Goza de buena salud. Mañana hay una nueva función, pasado más... son muchos los días, son demasiado cortas las noches.