Con ellos acabamos pronto.
Los hombres, tras centurias empapándonos de tan aberrante cultura,
conseguimos dar con sus puntos débiles y, sin escatimar sufrimientos, erradicar a
nuestros enemigos hasta convertirlos en un mal recuerdo.
Infinidad de novelas profundizaron en sus
costumbres y preocupaciones sacando a la luz misterios y secretos ancestrales;
un ejército de basura "pop" producidas en serie por toda
clase de maestros de la plástica enpoderadora contemporánea los hicieron más cercanos, más amables, seres de ultratumba
con facciones de galán moderno... y las películas, oráculo donde las nuevas generaciones contemplan el deseo soñado en las profundidades de su habitación, finalizaron
el trabajo atrapando como hombres comunes moldeados en la contradicción de lo
cotidiano a los antaño todopoderosos vampiros del inframundo inmortal.
Los puñales de Béla Lugosi se
consumieron hasta alcanzar la crueldad del incisivo de un lechoso con tupé y
crema solar, los gritos aterradores de las desgraciadas rubias rechonchas
desangradas mientras se daban un baño en una tinaja desaparecieron dejando paso
a los besos con lengua y las carpetas de instituto salpicadas de zumo de tomate,
el terror de negra parca que siempre acompañó la mención del nombre prohibido acabó
sollozando en la soledad de las duchas de un gimnasio convertido en una
mezcolanza de sumisión optimista y colorido determinismo progresista de género
neutro.
Aquel fue el fin de los chupasangre. Involucionados al nivel de la escoria, fue sencillo para los hombres darles matarile.
Ha pasado mucho tiempo desde el día de la victoria, pero
parece que fue ayer la noche en que brindamos con vino por los compañeros
perdidos. No fue completa, aún no lo es: seguimos en guerra, y la moral, aunque
flaquea cada tres lunas, no decae. Ante nosotros sobrevive el peor de todos, el chupacabra,
siempre atento, nunca duerme, socialdemocracia somos todos.
Y cada día es más fuerte, más poderoso, y más estragos causa
entre los pocos que se oponen a sus promesas de vida eterna y redistribución de
la riqueza, y todo a costa de la solidaridad de los demás, su sudor, sus lágrimas.
Impuesta, puedes objetar al titubeante en un intento desesperado por salvarle
de las redes de lo público. Pero solidaridad, al fin y al cabo, dicen que responden... aunque poco importa: si escuchas esas o palabras parecidas, la suerte está echada y el alma perdida.
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