Alberto es policía. Un buen policía, dirán algunos.
Lleva largo tiempo en el cuerpo, alrededor de dos décadas, y
la experiencia que los hombres presumen en héroes como él, fruto de un puñado
de éxitos en tareas de conciliación vecinal publicitados con profusión por el
periódico local, ha despertado durante estos años el respeto en los corazones
de los conciudadanos.
También entre sus compañeros de la policía municipal, aunque
en la comisaría, de puertas para dentro, el ruido de la contradicción interior
de aquellos héroes uniformados terminaba por acallar el canto de sirena enloquecedor.
Anidaba en ellos, sabedores de la impostura, un respeto mayor.
Alberto, hoy, disfruta de sus merecidas vacaciones.
Veintiocho días, con sus veintiocho noches. Costa, familia,
y crucero. Primera parada: el pueblo. Salida a las 07:05h, y llegaba a las
20:00h. Un porrón de horas para hacer no sé cuántos kilómetros. Habrá que
estirar bien la espalda y rezar por una buena película.
Desde que Alberto ha decidido cómo amoldar sus largas
piernas al estrecho asiento del autobús que lo debía trasladar, junto a su
esposa, a lo largo y ancho de la geografía del país han transcurrido, exactamente,
cinco horas y once segundos.
Trescientos minutos y once segundos de trayecto que se han
visto interrumpidos, de forma abrupta incluso para un héroe del excelentísimo
cuerpo de la policía municipal, por el asalto y secuestro del vehículo de línea
regular llevado a cabo por un comando de hombres fuertemente armados.
Dieciocho mil once segundos de letanía de carretera
secundaria que no han entorpecido el rápido movimiento con el que Alberto, ágil
a pesar del sobrepeso, se ha deshecho de placa y pistola entre los pliegues de
las revistas del respaldo.
Una mirada a su santa, un gesto con los labios: silencio,
cabeza gacha.
Sobre su espalda reposa ancha experiencia, admiración y
respeto. Llegado el peor de los finales posibles, uno en el que perezca en bombazo suicida o accidente maquillado, la gratitud inventada durante sus años de servicio se
adueñará del corazón voluble de sus conciudadanos y su carrera y fama se verán
coronadas, entre fanfarrias celestiales, con medallas al mérito en el trabajo y
estatuas loando su sacrificio en interés del gran público.
Y serán más quienes dirán que fue un buen policía.
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