Subversión

... Habéis ejercido el Poder con arbitrariedad, pero, además, con absoluta, con total ineficacia. Aunque os sea molesto, señores diputados, no tengo más remedio que leer unos datos estadísticos. No voy a entrar en el detalle, no voy a descender a lo meramente episódico. No he recogido la totalidad del panorama de la subversión de España porque, por completa que sea la información, es muy difícil que pueda recoger hasta los últimos brotes anárquicos que llegan a los más lejanos rincones del territorio nacional. Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio: 160 iglesias destruidas; 251 asaltos a templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto; 269 muertos; 1.287 heridos de diferente gravedad; 215 agresiones personales frustradas; 138 atracos consumados; 23 tentativas de atraco; 69 centros particulares y políticos destruidos y 312 asaltados; 113 huelgas generales; 228 huelgas parciales; 10 periódicos destruidos; 33 asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos; 146 bombas o petardos...

Así se explayaba Gil Robles en la casa grande de los diputados hace un puñado de años.

Hoy, a falta de casa pública, sus señorías pueden ahorrarse estas naderías, evitarse la vergüenza (en caso de tenerla) de escuchar los ecos de la involución chirigotense que padece España, otrora luz y martillo y espada. Un navajazo al guaperas, el escarnio a las chicas en las fiestas, la horda haciéndole la rosca al primo hermano del concejal de las cosas públicas, dinero negro, dinero fresco, dinero manchado, la policía apaleada, el enfermero con humos de cirujano forense, y tú deslómate a pagar impuestos para el sufragio universal de los vicios del prójimo. Pero no oses despegar los labios para mal hablar porque superioridad moral responderá con su gancho directo al mentón conocido, en el mundillo de la democracia popular, con el sobrenombre de "fascista".

¡Qué fortuna han hecho con la patente, Monos!

El fanzine del 78 ya era papel mojado cuando echaron los cimientos del Cuartel General, pero siendo niños un primate viejo nos contó una y otra vez antes de su ascensión al cielo de los monos, exaltado al rememorar aquellos tiempos, cómo él, de niño, había visto los muertos en la calle, las señoras agraviadas, y el caos y la villanía, chico... Desconocidos episodios como tantos otros que no alcanzó a describir Gil Robles en la famosa sesión de cortes antes mencionada, y en la que compartió protagonismo con un  muerto en vida, señor Calvo Sotelo, el de las espaldas anchas.

El abuelo lo vivió...

... y lo vivió en un tiempo pasado... por definición más nuevo, más inocente, una época en la que las líneas rojas seguían vallando el sembrado de la moral, la corrección en la conducta, la misericordia de la masa virginal que se persignaba si se profería una palabra soez los días de guardar, ajena a la violencia gratuita con la que hoy nos bombardean sin interrupción por televisión y prensa y radio e internet, los nuevos oráculos del pensamiento de Delfos.

En los años modernos de velocidad de fibra óptica, cadáveres hay en un santiamén, o asaltos violentos, o usurpaciones con atenuantes, o alguna que otra puñalada a traición, y, detrás del crimen y los sempiternos elementos exaltados excusados en nombre de la sociedad alienada, sus señorías asintiendo con sinvergonzonería la extensa lista de desmanes que un pobre diablo invisible, desde el estrado de la casa de putas más grande que hay en España, obvia para satisfacción de un gobierno que no gobierna, una democracia que no funciona y un Estado de Derecho que va perdiendo pedazos en su travesía a través del sumidero.

Triste muerto, sin nadie que hable en su entierro.