La bayeta apesta. Lo compruebo al limpiar los círculos que han dejado los quintos en la barra metálica. Debería pasarle un agua, pero un rápido vistazo basta para certificar que la buena voluntad nada vale frente a un cubo de agua sucia. El Birli debe de estar charlando con alguna de sus amigas, el cabrón. Es el único que se está empezando a escaquear, aunque tampoco veo a las tías que ha traído Manolo. Al principio no veas cómo corrían entre las mesas tomando comandas, pero ahora están desaparecidas en combate.
Hay mucha gente, el concierto se retrasa y la gentuza esta
empieza a impacientarse... y beben, y no dejan de beber, y me tienen la barra a
todo trapo pidiéndome cerveza helada y bocatas de lomo con queso.
Se me acerca un viejo.
- Eh, tú, chaval... sí, sí, tú, tú.
Chaval, dice... Es bajo, achaparrado, gruesas lentes, boina,
camisa y alto de pantalón.
- ¿Qué quiere, jefe? ¿Una caña?
- Yo, de joven, sí que ponía cañas, chaval. Las ponía, y las
daba, ¿sabes, chaval? ¡Cañas, cañas! ¡Daba caña de esa, como decías ahora los
críos!
- Seguro, jefe, seguro.
Río, o mejor dicho, sonrío con efusividad. A los viejos es
mejor seguirles el rollo y tirar para otro lado hasta que se acaban cansando.
En todas las verbenas y demás derivados con jaleo en la calle, aparecen. Tarde
o temprano, apoyado en la barra, el viejo o la vieja clavarán su inquisitorial
mirada en tu espalda... ¡Estos jóvenes! ¡Qué vergüenza, Basilio!... y
podrás, pobre desgraciado, darte por emboscado.
Pero este viejo no calla; se ha emperrao.
- Iba con la cabeza bien alta, chaval. Orgulloso, y no
teníamos tantas tonterías como las que tenéis ahora... tantos, tantos, tantos
aparatitos echando luces y bichitos. Así estáis, con el agua al cuello... pero,
chaval, ¿dónde vas? ¡Vente, vente para aquí, que voy a contarte cuatro cosas!
Una rubia pide birra, sonriendo. Orejas puntiagudas. El
viejo, sin dejar de hablar de la basura que enseñan en los colegios y
universidades, intercepta la posibilidad para, con un bamboleo de caderas,
espantar a la chica de un bufido.
- ¡Jefe! ¡No se caliente, hombre! Va, va, dígame qué coño
quiere y siéntese en una silla, que aquí hay mucho trabajo.
- ¡No te pongas así, chaval, doma esos nervios! Los jóvenes,
¿sabes?, perdéis toda la fuerza por la boca. En mis tiempos, cuando los años de
la guerra, así, así, con estas manos retorcía el cuello de los pollos. Para
comerlos, ¿entiendes, chaval? Ahora tenéis carnicerías, verdulerías, y os
filetean la ternera y os sirven patatas y lechugas sin que tengáis que doblar
el espinazo en el jodido campo.
Habla, y habla, y no calla, el tostón de viejo que me ha
caído en suertes. Me ha agarrado del cuello con un abrazo digno de la lucha
libre. Está fuerte, el puto anciano. Veo, en su antebrazo, un tatuaje derretido
de la legión.
En la barra, la situación ha derivado hacia un descontrol
absoluto. La muchedumbre se abalanza de un modo harto preocupante. El campo de
batalla ha caído merced al escaqueo total de las amigas del mierda de Manolo,
pero el Birli ha aparecido, ¡gracias!, y aunque lo está sudando poniendo jarras
a porrón, deben ser las dos o las tres de la madrugada y va con las gafas de
sol puestas. Entre caña y caña se marca unos bailoteos al ritmo de las
guitarras que rompen desde el escenario. Va pedo, no hay duda. El caos se
desborda...
¡Tiene usted razón, jefe! ¡Tiene usted razón!
... pero el viejo no me suelta, obstinado, contándome su
vida desde la cuna hasta la barra, paso a paso, caña a caña, diseccionando una
vida vivida, emperrao en hacerme engullir una broma absurda del ciclo
vital de leones o huevones.
- ¿Aguantar, chaval? ¿Vosotros? ¡Nosotros sí que
aguantamos!... hasta que se rompió la cuerda. ¿Pero vosotros? ¡Si estáis
atontolinaos! Cuatro lucecitas, cuatro migajitas y ya ahuecando el ala,
mequetrefes. ¡Una guerra, chaval! ¡Con estas manos! Y dos más para acabar de
vaciar el estómago, por no hablar de quienes se escondían en los bosques para volver
a traerla, o de los mierdas que desde los países extranjeros nos insultaban con
sus mentiras para avergonzarnos ante el mundo. La cabeza alta, chaval, y no
dejábamos pasar una de la que pudiéramos resarcirnos.
Con un estruendo, la barra cede.
Cuatro melenudos de veinte años van detrás, espatarrados por
el suelo. También cae la grupi de la camiseta de la gira del 2014 que comía un
bocata de longaniza con papas fritas. Roto el dique, la océano de clientes se
desborda como un torrente, y del chiringuito que teníamos montado, maremoto
creciente, no queda ni el recuerdo. El Birli clama auxilio bajo hectolitros de
gentuza en avalancha, las amigas de Manolo son unas japutas y un quinqui que
hasta hace un segundo parecía abducido por la marihuana acaba de salir con la
caja registradora bajo el brazo.
Yo lo veo todo desde la distancia. Veo, porque no oigo...
... ya que sigo preso del viejo enajenado que me habla
agarrado a mi antebrazo, cerca, muy cerca, diciendo algo acerca de tener sangre
en las venas, dignidad ante el agravio, valor frente a pretenden nuestra
derrota... susurros al oído, una larga lista, que el viejo parece conocer de
memoria. Hay que escupirse en las manos, chaval, dice el viejo, pero soy
incapaz de dar significado a unas palabras que chocan inocentemente contra la
barrera de la distracción de una noche de música y alcohol.
Es un largo discurso para el que ensayó una vida entera, pero
su tiempo pasado se está atragantado en mi realidad presente.
Hoy no era el día.
Esta noche tenía una barra del concierto.
Madre mía...
Madre mía...
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... bueno, al menos la música sigue sonando en la Sala X.
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¿Os hace gracia el viejo, chavales? Pues tranquilos, que heroína Colau os arreglará el cuerpo, veréis.
¿Os hace gracia el viejo, chavales? Pues tranquilos, que heroína Colau os arreglará el cuerpo, veréis.
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