Errata

Lo siento, me equivoqué, no volverá a suceder. A es A, y el refranero español se revuelve riéndose de aquellos que pretendíamos pasarle la mano por la cara, pobres enfermos de soberbia.
Quizá me dejé llevar por un suspiro desesperanzado, a lo mejor me embelesaron los cantos de sirena de las tertulias de los posibles; sin duda eran otros tiempos, primerizos, días pasados en los que aún creía en los rayos de Sol que atraviesan nubes borrascosas desterrando malos augurios y peores realidades.
No hubiese apostado un duro de madera, pero es justo reconocer que Mario Conde, vendedor de submarinos en el desierto del Gobi, no era bueno por conocer, sino mal bien conocido por muchos. Huelga decir que en la época de la gomina, la cría de cuervos mediáticos, el honoris causa borbón y los yates atracados en Marbella apenas eramos una docena de mocosos de rodillas peladas y cien pedradas en la cabeza... pero no es excusa, ni sirve como atenuante para su incumplimiento el desconocimiento de la Ley.
A otros perros con ese collar.
A otros Pujolones y demás malos conocidos.
Los héroes son cosa del pasado.