Viernes, 1 de Enero de 2016...
... año de la nueva era del hombre destinado a cambiar el
antiguo régimen en pro del "otro mundo posible", aún sin coches
tecnológicamente voladores ni cíborgs que realicen las tareas del hogar... pero,
mmmm, ¿estamos seguros de esto?
Viernes, las siete y media de la tarde en una sala de
urgencias de un ambulatorio cualquiera. Demasiados polvorones y roscos de vino
traen este tipo de consecuencias.
- Buenas.
- Buenas -saluda una chica en la sala de espera. No hay
nadie más. Vuelve a bajar la vista, sigue trasteando su celular. Está
embarazada, según observo atendiendo a su enorme vientre. No hay suficientes
turrones en el planeta para llenar así un buche.
Tomo asiento a una distancia prudente, no aparezca la
corrección política feminista con patas que recorre Europa, como un fantasma.
Observo la cartelería sanitaria: el fumar perjudica a los bebés, una mamografía
a tiempo es una sonrisa en el rostro, atentos a la próstata y póster con un anciano tristón aparcado en una gasolinera de Arizona con una leyenda al pie: él no
lo haría.
De repente, me llega una melodía tenue, un murmullo de cante
jondo, gutural, profundo. Escudriño el techo de la sala buscando un altavoz
camuflado, pero no distingo nada fuera de lo normal. Luces fluorescentes, detectores
de humos y lo que parece ser una cámara de vigilancia... pero la melodía está
ahí, cada vez la oigo con más claridad.
Tanteo mis bolsillos, compruebo que mi teléfono está en
riguroso silencio, miro hacia el mostrador de información, habitualmente desierto
en días hábiles, ¡qué decir siendo festivo! Nadie, todos degustando el largo
café del funcionario sanitario.
Sólo la fémina y su bombo.
Pero... espera, Mono, detente y observa... ¿qué es ese hilo
que se descuelga desde la oreja de la mujer? Fino, blanco, frágil, va directo
al teléfono que está siendo trasteado por sus dedos de uñas color rojo pasión.
Está moviendo ligeramente su cabeza, al ritmo de la música. Es ella, sí, la
fuente emisora de la melodía desencadenada que rompe el silencio tenso de la
sala de espera de un ambulatorio de urgencias la tarde de año nuevo.
La chicha levanta la vista, me observa. Sonríe al percatarse
que la contemplo dubitativo.
- ¿Perdona?
- Sí -vuelve a sonreír, retirándose algo de la oreja.
- Escuchaba una música y no sabía de dónde salía, hasta
ahora -contesto dando cuenta del dispositivo que se sacó la fémina de su orificio.
- Ah, pues soy yo, sí. Terapia.
- ¿Terapia? -vuelvo a preguntar, extrañado: la música sigue,
no cesó, retumba en la gruta.
- Terapia fetal, chico -y, abriendo las piernas como haría Alien
presto a lanzarme su dentellada mortal, me muestra una braguita de encaje de
cuyo lateral sale otro hilo, también fino, blanco y frágil, directo hacia la
parte baja de su teléfono inteligente-. Reggaetón para mi bebecito. Lo último
del charlie y el dandy, en mp3 intrauterino. iFelpudo, se llama el invento. Más
fácil que endosarse un tampón, oye, y ¡hasta tiene WhatsApp!
Por suerte, el becario de urgencia ha salido a reclamar la
presencia de la muchacha en su consulta, apartando de mi presencia el cibernético
chumino con hilo musical instantes antes de que el placebo de la tecnología de
la nueva era de este 2016 que acaba de empezar me invitara a la puerta de salida,
recordándome una vez más lo bien que se está en la cima de la montaña, alejado
de la tierra sembrada de banalidad y esperpento.
Había comido demasiados polvorones, pero, de repente, me
parecieron insuficientes.
Dos kilos más y, con un estallido, me despido de tanta náusea.
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