Un buen puñado de arena arrojada al rostro arrancó a Daniela
del ensimismamiento al que la abocaron los dos vasos de tubo que tomó en el
chiringuito al poco del almuerzo. Tumbada sobre su toalla de playa, ha sido un
hombretón cargado con nevera, sillas y sombrilla quien, arrastrando las
chanclas por la arena, a punto ha estado de enterrarla viva.
Se reincorpora apoyándose sobre los codos y contempla la
escena, que apenas ha cambiado: familias comiendo ensalada de pasta y pollo,
chavales escuchando música con los celulares mientras ultiman los últimos
flecos de lo que ha de ser la gran noche y, desperdigados por aquí y por allá,
los extranjeros cociéndose al sol del Mediterráneo ya sea tumbados sobre una
hamaca, o de pie como los girasoles, en trance místico.
A medida que se desperezaban sus adormecidos sentidos, disntingue a los hijos de la estanquera a unos diez metros de distancia, con
varios amigos del pueblo, bebiendo cervezas y fumando grifa sin ningún tipo de
rubor.
Daniela volvió a recostarse, cerró los ojos y se dejó llevar
por la música pensando qué curioso es esto de vivir. Marta, la estanquera,
apenas un puñado de años mayor que ella, con gemelos que no pasarán de la
quincena, buena madre, excelente esposa... hasta que, un buen día, el
eurotrillones llama a tu puerta: de la noche a la mañana, diez millones y pico
en la cuenta de los Gómez.
Un triple doble en la lotería.
El dinero cambia a las personas, y más a quienes son devotos
de su santo poder.
El sueño volvió a llamar a la puerta de Daniela, que fue
relajándose dispuesta a disfrutar de la incipiente brisa marina que estaba
levantando la tarde. Marta, cuando asimiló qué había sucedido, no tardó en
hacer la maleta "... y vivir mi nueva vida en libertad".
Nueva, y
libertad.
Palabras mayores, chica, pensó Daniela para sus
adentros. Ese no era el lugar ni el momento y tampoco tenía muy claro qué iba a
sacar ella perdiendo el tiempo con aquellos déspotas. ¿Cómo pedirle cuentas a
unos chiquillos que asistieron al declive de su casa? ¿Cómo desenmascarar el
pernicioso ejemplo de unos padres que pasan el día repitiendo, como papagayos,
lo inmensamente felices que son en sus vidas de lujo y privilegio? ¿Cómo
hacerles ver más allá de sus propias narices?
Sonaba una de sus canciones favoritas en el mp3, pero
Daniela ya duerme el sueño del tinto de verano.
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