Amanece cuando el carromato hace acto de presencia en la
Plaza Mayor.
El murmullo y los cuchicheos que recorrían el centro de la
villa hasta hace unos instantes desaparecen bajo el traqueteo de las
desequilibradas ruedas del vehículo de tracción.
El pueblo ha enmudecido, fijas las miradas en la triste jaula
tirada por dos bueyes. En sus gestos se aprecia el temeroso respeto que
despierta el prelado que dirige la comitiva, hombre severo donde los hubiere, y
hasta los niños han dejado de perseguir gatos callejeros y hacer burlas a Teo,
el imbécil del pueblo, que se ha acurrucado en un rincón disfrutando del
momento de paz que le deparan siempre estas improvisadas festividades rurales.
Teo, por un día, no ha de ser el protagonista: la atención
está reservada para el reo, desnudo y quebradizo, encerrado en la jaula que los
bueyes acercan al cadalso.
Alguien rompe el silencio y la Plaza Mayor ruge en mil
improperios. Vuelan kilos de verduras podridas y docenas de huevos
descompuestos al Sol, los hombres escupen su savia de tabaco mascado aderezada
con gingivitis crónica, los ancianos agitan el cayado de la sabiduría heredada, las mujeres arrojan puñados de fango al rostro del acusado,
desgreñadas hijas de Satán, y los niños... los niños, bueno, los niños siempre
imitan a los mayores. Ahora escupen, humillan y vejan, siempre mirando hacia
arriba, buscando respuesta del tutor, y vuelven a la carga cuando éste les mesa
el pelo y les guiña un ojo dándoles su bendición.
El carromato ha llegado frente al verdugo. Los bueyes se
detienen, los gritos disminuyen, la curiosidad arrecia, es el turno de la
exposición de las culpas, la enumeración de los pecados. El prelado muestra al
pueblo una larga lista de agravios presentándolos uno por uno, con vocabulario
y entonación apropiada para que el tribunal popular de analfabetos comprenda
sin rémora. Desgrana hasta el ridículo los indicios y las pruebas, desprecia
las dudas razonables, se ríe de los inexistentes testigos que aportó la
defensa innecesaria.
El reo es la deuda, y a ella está juzgando el pueblo
soberano.
La sentencia es arder en la hoguera.
Se escuchan vítores al darse a conocer el veredicto, el
chapotear de los pies desnudos en el fango, por doquier el vulgo se abraza y se
funden las manos y los brazos y las axilas hediondas de aquellos que disfrutan
sabiéndose un poco menos desgraciados que el aterrorizado miserable que solloza
de rodillas bajo la sombra del grueso verdugo...
... pero cuando los alguaciles empiezan a apilar la leña
seca, el Juez Supremo Kichi muestra a los cielos su bastón de mando,
ordenando silencio y atención. Levanta sus posaderas del trono, desciende los
peldaños que han de ponerlo a la altura del resto de los hombres y, mediante
fastuosas palabras, da muestra de su inconmensurable misericordia, tan sólo
compartida por los dioses.
Yo ordeno clemencia, sentencia con rotundidad y alevosía,
consciente de que la consumación de la carne por el fuego es lo de menos en
este auto de fe. El objetivo principal está cubierto, el reo... la deuda...
sentenciada, humillada y desterrada como ilegítima, impropia, impostada. Todo
lo que rezuma de ella no es más que ponzoña y muerte, lo que de ella se deriva
no va más allá de la herejía, sus descendientes serán dibujos malignos en los
libros que se estudiarán en un futuro incierto. Hoy no arderá en el fuego purificador, pero nadie ha de
olvidar su existencia culpable.
El pueblo ha hablado. El pueblo soberano ha sentenciado.
Larga vida al dogma.
2 comentarios:
Eso es lo que ha hecho el ínclito Rajoy con su peor gestión en décadas : indultar UNA DEUDA PÚBLICA que él mismo ha aumentado para que la paguen nuestros descendientes en cuarta línea de sucesión.
Como decía el ínclito, don Javier, "la Economía lo es todo".
Pasados cuatro años nos damos cuenta de que era SU economía lo importante. La economía de su familia mafiosa y todos sus allegados del sobre pringoso de gomina e ignominia.
Valiente panda de mequetrefes!!
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