Oooohhh.... ¡tristeza, Monos!... tengo un nudo de acero en
el gaznate, y no deja de hincharse desde que nos ha llegado el teletipo con la
noticia.
De niño no había gran premio que no fuera retransmitido en
la Sala X del Cuartel General, e incluso bajamos todos al circuito de Calafat a
ver el campeonato de España, ebrios de gasolina, aparcando nuestro R5 en el arcén
de la antigua N-340, atestada de aficionados que fumaban Ducados y se agolpaban
en las laderas que rodean el circuito, sin dinero para las entradas.
Allí corrió el bueno de Joan...
... pero Joan se ha marchado.
Acelerando, ha tomado la última curva poniendo rumbo a la
bandera a cuadros.
La postrera carrera no fue fácil, lo reflejan sus ojos, la
lengua traviesa y el halo del que se encuentra desubicado, perdido...
desamparado... flotando en un mundo que se antoja raro... fantasmagórico y
falso teatro de sueños e ilusiones... con desahucios por cuatro perras sin
plataformas ni alcaldesas, condenado al ostracismo social en una perra Cataluña que destierra a sus hijos.
Persecuciones, campeón, y un largo sinfín de paranoias
corriendo por las venas.
En tus enterrados ojos he visto el desconsuelo, Joan. Lo
reconocí de otras veces. No sientas vergüenza, amigo mío. Has dejado el asfalto
y ya corres libre al otro lado de la blanca orilla, por la inmensa campiña
verde.
Ooooh, monos... ¡oh, tío, qué enorme resignación... qué marchita gloria la tuya... oh, cabrón, tú que has visto la oscuridad...
... lo siento.
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De todas, no hay fotografía mejor que esa en la que
transitas invisible por el escenario del Gran Teatro.
Para escucharte, esto.
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I see a darkness, en la Sala X.
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