Durante aquellos días tuvieron lugar extraños
acontecimientos. Inquietantes, cuanto menos. Al interminable invierno helado se
sumó un riachuelo de gentes ocupando los márgenes de todas las carreteras del
pequeño nuevo país. Por doquier, atravesando los campos y los sembrados que
bordean las poblaciones, grupos de hombres, mujeres y niños, marcando el paso
de una inquietante procesión, más silente que la "madrugá" de
Triana, más humillada que un condenado a la horca en la plaza pública.
Las caravanas aparecieron dos semanas después de los grandes
festejos, cuando se aposentó la calma. Rumbo al sur, al oeste, al norte... en
todas direcciones, los caminantes empezaron su andadura, paso a paso, si al
modo como arrastran los pies puede llamarse caminar, sin rumbo fijo...
... perdidos...
... igual que perdida estaba la mirada de aquellos rostros.
La barba desaliñada, el pelo ralo, los labios prietos, aún llamando poderosamente
la atención, carecían de la fuerza necesaria para ocultar la profunda tristeza
que recelaban aquellos ojos. Un chaval de unos veinte años se acercó a donde yo
estaba para ofrecerme unas manzanas verdes. Cogí una y le di cinco duros. Se
puso la gorra, intentó sonreír y, dando media vuelta, se marchó siguiendo a la
que parecía ser su familia.
Aquel invierno fue el primero de los muchos que vendrían, y
recortándose contra la inmortal blancura, los cuerpos de aquellos desgraciados
en el negro zarrapastroso de sus harapos. Salieron con lo puesto, a la carrera,
sin más tiempo que el necesario para agarrar los pequeños tesoros y
amontonarlos sobre un carro viejo tirado por un padre de familia transformado en
animal de carga. Convertido en burro gracias a las artes de algún encantador
maligno.
El color intransferible de tu habitación, sus pósteres de
artistas de cine, las ilusiones vividas en aquellas calles de aquel pueblo
costero, con sus noches interminables de rojo carmín y fragancia a aftersun... la
entrada del primer día que fuimos al cine... tu y yo... la cubertería grabada
con la fecha de nuestra boda, el dibujo que Ángel trajo para el día del padre retorcido tras años enganchado en la nevera... los amigos, la familia... el
hogar...
La vida cabe toda en un bolsillo de pantalón.
De aquellos días hace un mundo. Yo era apenas un mocoso. Fueron
acontecimientos extraños de los que nadie quiere hablar, pero a pesar del
silencio inconfesable, ahora sé que aquellos fantasmas errantes vivían el éxodo
moderno de los repudiados por la nueva nación. Eran patriotas, aquellos que
marchaban rumbo a lo desconocido. Patriotas derrumbados sobre los escombros de
su corazón, pero de voluntad firme y serena, perfectamente cimentada sobre
hormigón de compromiso y lealtad.
Pasaban, los patriotas, caminando por los márgenes de las
carreteras, chapoteando entre el fango y la mugre con viejas botas y roídos abrigos
largos, grises como la tarde... y sus pasos iban acompañados por los gritos e
insultos de aquellos que, ante tamaña muestra de honor, les recriminaban ese rugoso y arcaico principio que
les hacía no doblegar la cabeza... como ellos... cambiando la libertad del
exiliado por la sumisión del asimilado.
Pasaban, los patriotas, y pasaban con la frente baja, la
mirada perdida... y el espíritu rebosante.
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"El violinista en el tejado" 22 de Septiembre de 1964. Feliz aniversario.
7 comentarios:
Muy emocionante e impactante, a pesar de haberlo visto en pelis montones de veces.
Es un contundente relato que también cabe enmarcarlo en los Pirineos.
Concretamente en el paso fronterizo con Le Perthus en Enero-Febrero de 1939. O al menos, algo así me relató mi padre.
Un abrazo, estimado Herep.
UN relato tan real,como el que estan viviendo por desgracia miles de Kurdos que huyen de las matanzas del Isis.Siempre la misma crueldad instalada en las mentes de
Un relato tan real,como el que estan viviendo por desgracia miles de Kurdos que huyen de las matanzas del Isis.Siempre la misma crueldad instalada en las mentes de los fanaticos.Y las lagrima y el miedo en el rostro de sus victimas,un abrazo,
Creo que, a pesar del montón de veces que lo hemos visto en las películas, aún no es suficiente. Volveremos a verlo, don Javier.
Un abrazo.
Muchos lugares han observado estas carabanas tristes, José Luis. Los Pirineos pueden, ochenta años después, volver a asistir a un espectáculo semejante.
Ya sabes... el hombre, las piedras en el camino y los tropezones perpetuos.
Un abrazo.
Eso es indiscutible, Agustín. Unos sufren mientras los otros ríen como hienas. Así es la naturaleza humana... ayer, hoy y siempre.
El problema, bajo mi punto de vista, es que esta realidad, muchas veces, pretende ser escondida tras bonitas palabras y visibles desprecios.
La corrección política y los sátrapas que viven de ella se cuidarán muy mucho de esconder las consecuencias de sus miserias.
Un saludo, neozelandés.
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