Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

5 dic 2012

Príncipes de Maine, Reyes de Nueva Inglaterra



Ayer noche, mientras un tornado edulcorado azotaba las paredes del Cuartel General, los Monos se juntaron en la Sala X en el habitual pase cinematográfico de la semana, alrededor del fuego, dispositivos móviles desconectados, dispuestos a dejarse llevar, por unas horas, a esa otra realidad que nos presenta el cine, válvula de escape, la mayoría de las veces, de esta sociedad denigrada y denigrante.

¿La película? Sí… una cinta algo vieja, de alrededor de diez años, creo… no tengo ganas de buscarlo, lo siento… en la que aparecían el actor por excelencia Michael Caine, una Charlize Theron guapa, guapa… no tanto como ahora, pero… y el que, años después, pasaría a ser conocido como el Spiderman amigo de los niños. Ese superhéroe que, como el Batman de Burton, está más próximo a los dorados años 20 que no a los decadentes años iniciales de este s. XXI en el que, recuerdo, no vuelan los coches, las pastillas verdes no tienen gusto a paella y de sables láser, nada de nada.

Las normas de la casa de la sidra, se titulaba el film.

No voy a destripar el argumento por si alguno de vosotros se durmió durante el pase, pero sí diré que versaba sobre un chico huérfano que crece en un orfanato en el que el doctor principal, además de acoger a bebes de madres sin recursos, se dedica a practicar abortos considerados ilegales por la legislación vigente de la época. Un día, el chaval por el que bebe el doctor se medio enamora de la rubia de turno… se marcha dejando atrás a su familia impuesta… tiene una aventura con la chica a espaldas del novio militar… y, cuando la realidad se impone, vuelve a su verdadero hogar, junto a los suyos, a seguir el camino para el que el doctor lo había estado preparando durante tantos años.

Fin.

La película, como veis, habla del aborto sí, aborto no… vida sí, vida no… Pero no es ese el tema que me cautivó. No es lo que me provocó esa sensación que me gustaría compartir hoy con todos vosotros, no. Este asunto lo dejaremos para otro día, cuando el viento amaine.

Estas letras son para hablar de otra cosa, algo que consiguió que, sentado desde mi poltrona convaleciente, una chispita de bondad prendiera en este frío corazón. De nuevo, la infancia. De nuevo, la inocencia. De nuevo, el amor puro de los niños.

Porque en el orfanato, donde todos eran hermanos, hijos de idéntica madre desconocida, aquellos pequeños de sonrisa caduca, sacudían la nieve de sus chaquetas cada vez que un automóvil se acercaba por el sendero, descubriéndose la cabeza y cepillándose con los dedos el flequillo… Debo estar presentable. Guapo. ¡Ojalá me lleven! ¡Ojalá me quieran!... y se le parte el alma a cualquiera que la tenga en el pecho, no en la bragueta como sucede hoy en día, o en la cartera, como sucederá mañana, seguro, observando cómo se ponen en fila, como tiernos soldados aguardando que se pase revista, con los dedos cruzados, deseosos de esa ilusión que ellos, desarrapados, no tuvieron al nacer.

Algunos de aquellos hermanos, de apenas tres años, viven esa fase en la que todo es una gran pregunta… el mundo una gran duda… la vida, un misterio incomprensible. Años de “por qué esto, por qué lo otro”… y sonríes, Mono, sonríes. No puedes hacer otra cosa mientras imaginas una respuesta que satisfaga un apetito voraz, insaciable. Tesoro. Otros hermanos, ya mayores, también se preguntan mil cuestiones, aunque estas son más difíciles de responder. Los años pasaron y ningún coche se los llevó más allá de estas cuatro paredes del orfanato y la espera, eterna, cayó en el olvido. ¿Seré diferente? ¿Me querrá alguien?

Si los miras bien, Mono, verás que, tenue, la luz de la ilusión también brilla un instante en sus ojos al escuchar el ruido de un motor acercándose por la senda. Fuzzy, el niño enfermo, también lo desprende, más brillante si cabe… más deseoso de ese abrazo paterno que, de un empujón, asuste ese bicho que le corroe por dentro bien lejos, a las profundidades del negro bosque, tras el armario de los monstruos.

Yo permanecía sentado en mi butaca con un nudo en el estómago, pensando en todas las dudas y contradicciones que atravesarían… que atraviesan… las mentes de esos niños abandonados a las puertas de un orfanato, enfermos, lisiados… menospreciados… huérfanos de Amor, Monos, como experimentos errados o regalos que nadie hubiera pedido...

… y apostaría todo, Monos… todo, todo, todo… por cada uno de ellos, pues la infancia, la inocencia, la bondad del niño que se siente incompleto, falto de padre y de madre, es una apuesta segura.

La única.

Ellos son los Príncipes de Maine, Reyes de Nueva Inglaterra.


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NOTA. Valga esta entrada para maldecir, de nuevo, esta España nuestra en la que esos príncipes… estos reyes… no tienen tan siquiera la oportunidad de ser adoptados, licuándose sus esperanzas, muchas veces no-natas, en un negocio miserable que nos condena… a todos…  a la Destrucción, la Muerte y el Exterminio como pueblo... al tiempo que buscamos, allende los mares, en los rincones más recónditos del globo terráqueo, esas oportunidades que les negamos a los hijos de España.

Puto asco.



2 comentarios:

Lin Fernández dijo...

Vi la pelicula en su dia y me conmovio de verdad.Como bien dices aqui ese tema termina en manos de verdaderos matarifes.un saludo,

Herep dijo...

Nunca entenderé cómo tantas y tantas familias van a la China, a Hispanoamérica, a África... en busca de niños para adoptar.
¿No hay huérfanos en España?
¿No "molan"? ¿No son graciosos? ¿Están apestados?

País. Quizá sí merezcamos todo lo que nos sucede... y más.

Un abrazo, Agustín.