Yo tenía un sueño de España… pero ese sueño murió hace tiempo. El que me acunará esta noche, será mejor. Mi guía en los Años Oscuros. Y vivirá por siempre jamás. Ej12Ms

14 dic 2012

Buscando un flautista



Corría el año 2012 por un lejano rincón de eso que se conoce como Planeta Azul cuando, por una de esas causalidades que trae la vida, aconteció esta historia que os voy a contar antes de que os acostéis y vengan los dulces angelitos a acunaros.

En ese pedazo de tierra, aterrados y desesperanzados, vivían una multitud de ciudadanos apiñados en casas destartaladas como enormes nidos de termitas, desarrapados y revestidos de retales mil veces remendados… grandes, pequeños, sucios, deshilachados… que pasaban de padres a hijos o, cuando estos últimos morían por inanición, a los nietos o huérfanos desconocidos que dormitan bajo el hueco de la escalera, en los portales de esas frías colmenas humanas.

Los días, banales, se confundían con las noches. La luz… la esperanza… no brillaba ni en las pupilas de los recién nacidos. Todo era gris, casi azabache. La enfermedad, la sarna y la Negra Peste confundían a primos con hermanos… abuelos con maestros… médicos con soldados… El Tiempo, parapléjico en aquel rincón del globo, decidió sucumbir en lo más profundo del túnel, allí donde cualquier luz parece un espejismo fruto de la desnutrición.

Las calles, antaño repletas de vida, saturadas de gritos, canciones, bellas señoritas danzarinas y cientos de Romeos a la espera de su Julieta, pobladas por infinidad de negocios en los que se vendían… Sólo son dos peniques, compre usted, señor… pedazos de felicidad con la forma de milenarios recuerdos arquitectónicos, estaban ahora vacías… desiertas… abandonadas, incluso, de polvo y viento.

Rompe la tristeza, de tanto en tanto, un enorme elefante surcando el asfalto. Oscuro de chapa y aluminio, con las pupilas tintadas y caros zapatones de goma, caucho y alquitrán. Sobre él, aupado en sus lujosos cojines de cuero curtido mil veces pulido, viaja el Señor… el Amo… el perejil de todas las salsas, dueño todopoderoso de lo habido y por haber… de las calles, los carteles, las catedrales, las industrias, los nidos en los que se apilan los parias de ese pequeño y triste rincón del planeta…

Por ahí va uno sobre su elefante domesticado. Por allá, tras las cortinas del lujoso teatro abierto tan sólo para él, se divisa otro ejemplar… un nuevo sujeto de la familia, la horda, la camada… Copan las habitaciones más lujosas de los edificios más ilustres, reconvertidos, por orden expresa, en deslumbrantes hoteles en los que descansan sus huesos tras largas jornadas de trabajo invisible. Plantas enteras en las que guardan zapatillas, orinan sus perros o cuentan enormes fajos de billetes los hijos bastardos, paridos por cien rameras que, dos plantas más abajo, cepillan sus matas de pelo artificial.

Las haciendas, las togas de los tribunales, las actas de los contratos laborales, las absoluciones o los indultos… las comisiones, las mordidas, el derecho y la obligación… la Vida toda… la Muerte toda… el Bien y el Mal… el Paraíso que alaba la religión, el Infierno que prometen los falsos profetas… el dinero, la salud, la familia, el progreso o la Evolución… el humor, la ironía, sarcasmo, misericordia… En sus carteras de piel humana, junto a las tarjetas de crédito y las direcciones de los puticlubs cinco estrellas, se encuentra todo eso… y más. A su disposición. A un miserable gesto de distancia, entre la desidia y la gula.

El pequeño y triste rincón del único planeta azul conocido sigue girando, inalterable su curso, surcado por calles vacías, persianas bajadas, contenedores repletos de negras bolsas sin basura, gigantescas colonias de hormigas obreras y, de un modo automático, peinado por el vuelo de esos Amos impertérritos, firmes como las olvidadas estatuas de aquellos héroes milenarios de antaño… hoy derrumbadas por esos a quien toda sombra ajena les produce un fuerte picor, rozando el delirio.

Pero un día un desconocido hizo acto de presencia en una de esas colmenas atiborradas de personas sin futuro, de mirada triste y alma desesperanzada. Un hombre solo. Una persona maravillosa, aferrada a una mente privilegiada, poseedor de un don ajeno a este mundo artificial, innato. Al abrir la ventana para que se aireara la saturada escalera, él se coló y el tufo a sudor, orín y decrepitud se borró del edificio escapando por el agujero de la fachada.

El silencio, eterno, también se esfumó…

… dejando paso a una música celestial, armónica y acompasada, que penetra en las mentes adormecidas de aquellos que habían permanecido encerrados en su propia miseria, abriendo ojos hasta la fecha postrados, diluyendo la cera de los tímpanos, refrescando un aliento moribundo, amargo… y en las mentes de aquellos seres renace esa chispa olvidada.

Ciudadanos. Alguien me pensó y hoy vuelvo a vosotros. Con mis notas, con mi música, extirparé la muerta piel que envuelve vuestras almas, dándoos aquello que es vuestro. Con mis notas, con mi música, absorberé la viva muerte que rodea vuestra alma, sometiéndola en las tinieblas hasta que arda sin fin.

Y la música sonó, derrumbando las paredes del oscuro túnel, reconciliando a primos y hermanos, separando médicos de soldados, maestros de fantasmas, iluminando los huecos de las escaleras en los que se afinaban los huérfanos de espíritu, dando color a los retales de telas carcomidas por el uso… y las lágrimas de felicidad arrancaron la podredumbre de los cuerpos, limpiando los establos que años atrás purificó el mismísimo Hércules, titán entre los hombres.

Así de armoniosa fue la música que el desconocido entonó para los parias…

… aunque, sin modificar nota, tonalidad o melodía, no fue esta la tonada que perforó los sentidos de las élites a lomos de sus elefantes, todo lo contrario. Ellos, la horda, presos de una poderosa ansia, incomparable con la anterior, la que hasta la fecha había estado dominando sus vidas, curtida de extorsión, manipulación, malversación, chantaje, crimen y muerte, sucumbieron ante la poderosa tonalidad de los acordes, dejándolo todo atrás… los pisos, los yates, las habitaciones lujosas en el Ritz bañadas por los orines de los canes, los flujos y reflujos de las meretrices, los anabolizantes de los chaperos… a sus hijos malcriados, sus esposas mal consumadas, sus deportivos último modelo full equip, las corbatas de seda, las carteras de humana piel, la vergüenza que nunca tuvieron… todo…

… todo atrás, siguiendo la música del héroe desconocido, en una danza macabra digna de las procesiones medievales en honor de la Parca Muerte, cosechadora de ampollas flatulentas, jugos tóxicos, carne muerta que se desprende a tiras… danzando… bailando… rumbo al precipicio y al acantilado, lecho de estacas, espadas de piedra y roca afilada que anuncia el fin.

Allí sucumbieron las ratas, niños. Allí perecieron todas, despeñadas por el desfiladero, pequeños. Allí, mecido por las olas salvajes de los eternos mares, se olvidó el recuerdo de la casta… puta casta... alimaña bastarda que abandonó, de una vez para siempre, ese rincón del globo que conocemos como Planeta Azul.


Que así sea.


8 comentarios:

George Orwell 67 dijo...

En resumen... #BastadeCasta :)))

Anónimo dijo...

Pues por aquí también parece que paso el flautista, lo que pasa que se llevo la pasta y nos dejo las ratas, jijjii.
Saluditos.

Lin Fernández dijo...

Se supone que el flautista tendra nombre y apellido,y a lo mejor comienza por P de Pujol.Una cosa es cierta como dice Zorrete nos innundaron la region catalana de ratas que van a Suiza,un saludo.

Maribeluca dijo...

Yo no veo que haya sólo una casta sino muchas (y luego puede acabar resultando que el flautista sea todavía peor, no faltan ejemplos en la Historia)

Un abrazo

Herep dijo...

En resumen... y en lineas generales, #BastadeCasta, Orwell.

Un abrazo.

Herep dijo...

Grandes dosis de raticida, menos paciencia y asunto resuelto, Zorrete. ¿Será verdad que, al final, tendremos que desparasitar el Parlamento desde los cimientos?

Un abrazo, campeón.

Herep dijo...

Más que inundar, Agustín, han convertido la región en un criadero de roedores. Todo el día royendo, royendo... hasta que las cuerdas se rompan y se venga abajo todo el tinglado.
Ellos, cuando llegue el estropicio, estarán en Suiza, tenlo por seguro.

Un abrazo, neozelandés.

Herep dijo...

Eso que comentas, Maribeluca, lo he pensado muchas veces. ¿Será peor el remedio que la enfermedad? ¿Derribando este Sistema, corremos el peligro que otro más dañino se "instale" tras el vacío? ¿Puede la "Revolución" que todos esperamos acabar en un proceso parecido al del Frente Popular?
Quizá sí... pero, ¿no vamos encaminados a algo así ahora mismo?
¿No nos enfrentamos a la desaparición de la libertad en pro de la seguridad?

Un abrazo.