- Sí… correcto… tenemos otra llamada. A ver, ¿buenas noches?
- ¿Lucio?... ¿Hola, hay alguien ahí? ¿Me escuchan? ¿Lucio?
¿Lucio Rey?
- Caballero, sí, caballero. Estamos…
- ¿Hola? ¿Hay alguien? Buenas… ¿Lucio?
- Le escucho, caballero, le escucho… está hablando con Rey, Lucio
Rey, sí…
- ¿Lucio? ¿Eres tú? Me ha parecido que… la señorita de la
centralita… no… no he reconocido tu voz, Lucio.
- Pues sí, caballero. Está hablando con Lucio Rey, en
directo, en antena. Pero… su voz, ¿le conozco?
- ¡Claro, Lucio! ¡Soy don Jordi! ¿No me recuerdas?
- ¡Hombre, Jordi! Sí, claro… Cómo no acordarme de usted,
Excel…Excel… el Excelentísim, ¿no? Uno de mis más fieles seguidores. Pero, ¿cuánto
tiempo hacía que no hablábamos, don Jordi?
- Un par de meses, creo. Desde que Marta perdió las
servilletas de ganchillo que su madre le dejó en herencia, si no recuerdo mal.
¡Qué sofoco, Lucio! ¡Qué mujer! No veas cómo se puso, maldiciendo al servicio
de la torre de la Costa Brava… Que si sudaca por aquí, andaluz por allá… Es todo un
genio, esta mujer. Así vive tanto y está tan sana.
- ¡Qué suerte tiene, Don Jordi! Ya sabe lo que dicen, “detrás
de todo gran hombre hay una gran mujer”. Y dígame, ¿qué nuevas trae? ¿Busca trabajo?
¿Alguna enfermedad?
- No, no. Esta vez es por…
- Huy, huy. No corra tanto, no corra tanto. Aquí en la bola
veo como unas olas y mucha arena… ¿una playa, quizás? ¿Se va de vacaciones, don
Jordi? ¿Un viajecito a la playa estas Navidades, Excelentísim?
- ¿A la playa? No, Lucio, no. Usted debe estar viendo a mi
hijo, allí en México, regentando el complejo hotelero. ¡Ese sí que sabe vivir
bien, el muy pillín! Todo el día rodeado de mulatas, mojitos, agua cristalina…
¡langostas, Lucio! Sí, sí, aquí también las hay, sí… las del Restaurante de
Quim, allí en Roses… buenas y regaladas, Lucio… pero no es lo mismo. En el
Caribe son el doble de grandes… así, de tres palmos… ¡riquísimas!
- Las veo, don Jordi, las veo. Mire, cierro los ojos… y me
aparecen ante mí, moviendo las patitas así… tic-tac-tic-tic-tac... abriendo y
cerrando las pinzas. ¡Son grandes, sí señor! Qué bien van los negocios de la
prole, don Jordi… veo, veo… al otro también, ¿no? Se me presenta un mamífero marino… sigo
viendo el mar y algo que surca las aguas a toda velocidad, en libertad…
- Será Oriolet, el delfín. También está bien colocado,
también. Un poco a la sombra del pelele, pero a punto para cuando se inicie la
carrera.
- ¡Ve! ¡La carrera! Las visiones nunca fallan, señores. La mente
de Lucio está siempre conectada con el más allá… ¡Divino Don de los espíritus
ancestrales incas, mayas, aztecas, egipcios y de Nabucodonosor II! Ja… Ríanse
ustedes de los incrédulos, señores, porque de ellos no será el Reino de los
Cielos. Soy Lucio, y he dicho.
- ¿Perdone?
- Tranquilo, Excelentísim. Tocaba cuña. Hablo para esos que no
creen. Compruébenlo. Llamen. Marquen el 906… 906… mmmm… ahí abajo, mírenlo ahí
abajo y llamen, atrévanse. Comprueben cómo Lucio no se equivoca jamás. ¿Un mamífero
surcando las aguas a toda velocidad? ¿Imposible? Ja… oigan la palabra sagrada del Excelentísim,
cuyo hijo, delfín del Reino, está en sus marcas, preparado para la victoria.
- Increíble, Lucio. Usted tiene un don.
- Gracias, don Jordi. Me reconfortan los halagos cuando
provienen de una persona tan íntegra y sabia como vos. Llamen, señores, llamen.
Pero… espere, Excelentísim, espere… mmmm… veo… ¡rápido, Bienaventurada, las
cartas! A ver… veamos… ¡sí, don Jordi, sí! Lo dicen las cartas… unos cuervos
negros. ¡Veo cuervos negros, don Jordi!
- ¿Cuervos negros? ¡Santa Moreneta del amor hermoso! ¿Qué
son? ¿Qué hacen? ¿Me pican?
- Tranquilo, tranquilo, don Jordi. No le pican, pero
revolotean a su alrededor como una bandada de buitres al acecho. Negros. Negro azabache
aunque… parece… algo brilla en sus pechos… parece, no estoy seguro, ¿una estrella?...
- ¿Una estrella? ¿Dorada? ¡Seguro que son los carroñeros de
la fiscalía!
- ¡Sí! ¡Ahora lo veo! ¡Claro como el agua, Excelentísim! ¡Son
policías, jueces y fiscales, don Jordi! Esperan a que caiga para lanzarse sobre
usted y devorarle las entrañas, malas bestias. ¡Son el demonio! ¡Aléjese de
ellos, caballero! No le quieren ningún bien, esa chusma.
- Seguiré su consejo, Lucio, sí señor, pero… bueno, quizá sí
que últimamente todos esos… todos esos cuervos bastardos revolotean más a mí
alrededor… pero eso está más o menos controlado. Uno tiene amistades, sabe. Son
muchos años, Lucio. Mucha experiencia. Casi tanta como usted con sus bolas, sus
cartas y sus… ¿sus conexiones?
- … veo, veo… ¿puede… un cuervo rosa?
- ¡Botifler de merda fastigós! ¡El traidor de la Rosa!
¡Maldito bastardo!
- ¿Es así, Excelentísim? ¿Existe ese “cuervo rosa”?
- Existe, Lucio, existe. Un miserable al que creí amigo mío
pero que ahora, a las primeras de cambio, me traiciona con la intención de
venderme a los demás cuervos negros que ve en las cartas. ¡Malditos todos! Pero
no podrán conmigo, Lucio. Nadie puede con el Excelentísim, Amo y señor de la
Patria catalana. ¡Que lo intenten, si se atreven! ¡Que lo intenten si quieren vérselas
con todo un pueblo echado a la calle en mi defensa!
- Mis predicciones son siempre certeras, don Jordi. ¿Veo un
delfín? Hay un delfín. ¿Veo una langosta monstruosa? Existe dicha langosta. ¿Un
cuervo rosa? Cuervo rosa. Yo soy Lucio Rey, el auténtico, el incomparable, el
ungido por la mano de Dios. Pero mi don no alcanza a ver las calles repletas de
súbditos prestos a defenderle vertiendo su sangre, Excelentísim. No. Eso no lo
veo.
- Ni lo verás, Lucio, amigo mío. Eso no sucederá jamás. Ya le he
dicho que soy intocable. Como un padre para sus hijos. No. Nada de eso me
preocupa, Lucio. Està tot lligat, i ben lligat.
- ¿Entonces, don Jordi? El motivo de su llamada… ¿si no es
la salud, el dinero ni el trabajo? Ya me dijo que la familia está bien, y los
pequeños problemas parece que los tiene resueltos… ¿las servilletas de
ganchillo, otra vez?
- No, no, Lucio, no. Eso está localizado y bien guardado. Marta
se encargó de ello la otra vez. Ahora… me avergüenza reconocerlo, la verdad…
pero… la edad, Lucio, la edad… Resulta que tengo unas, ¿cómo lo diría?... Tengo
unos asuntillos en Suiza, con unas claves, ¿sabes?... unas contraseñas encriptadas… y las
he olvidado.
- ¿Unos números?
- Exacto, Lucio.
- ¡No hay que preocuparse, Excelentísim! ¡Eso es lo mío! Los
números. Ja. ¡Quién mejor que yo para aconsejarle con los números! Veamos…
¡Bienaventurada, trae los huesos de pollo, rápido!... mmm… Excelentísim.
- ¿Qué, Lucio? ¿Ves algo en los huesos?
- Por supuesto, don Jordi, pero necesitaré un rato más. Muchos
números, y cifrados, ¿no? Es más complicado. ¡Estos suizos, más complicados que
un reloj!
- No se preocupe, Lucio Rey. Tómese todo el tiempo del
mundo. La llamada me sale gratis total.
- Adelante entonces, Excelentísim. Adentrémonos en las
tinieblas de lo sobrenatural.
4 comentarios:
No se si clasificarlo como "El duende del hogar", el chico está ya un poco machonguillo y el padre ni con formol. Ya nos contará desde el infierno cómo mola ser el más rico del cementerio.
Hoy nos ha metido de sopeton al Señor de los anillos,o mejor seria al ladron de los anillos,vaya familia ni Al Capone le puede igualar,un saludo y feliz navidad,
Seguro que han comprado una buena plaza en la otra vida, Candela. Con vistas a las costas mexicanas o a los Alpes suizos.
Un abrazo.
Treinta años dan para mucho, Agustín. el Oasis empieza a desmoronarse como sucedió con el Carmelo, ese barrio que, un buen día, desapareció sin que los medios de comunicación catalanes se dieran cuenta.
Un saludo, neozelandés.
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