Uno tras otro, tus pasos, como
cada mañana, han acabado llevándote al mismo punto. El cartel. Siempre es el
cartel. El mismo, en el mismo lugar.
Palau.
200 metros.
Como sucediera ayer, el sendero
se difumina unos pasos más allá. Sus lindes, bien definidas hasta este punto,
se vuelven translúcidas a medida que reinicias la marcha, absorbiendo con cada
fantasmal paso el poco valor que, en estos momentos, sigues conservando en tu
interior.
La noche ha venido acompañada de
esplendorosos sueños y muy golosas realidades en las que los problemas de la
víspera no eran más que imprecisos recuerdos, argumentos semiolvidados de
novelas propias de la adolescencia, cuando la vida te parecía algo que podía
esperar… algo que podías modelar a tu antojo tan sólo chascando los dedos de la
mano buena. Ilusiones que se aferraron tras la partida del subconsciente…
esperanzas que, con los primeros rayos de Sol, necesitan ser materializadas,
nacer… ser.
Acicalado, bien peinado y con
excelente perfume, te asalta el ansia y la desesperación. Hoy tiene que ser el
día. Hoy llegaré al Palau. Entraré en
sus enormes salones repletos de escritorios, sonido de obsoletas máquinas de
escribir, un ejército de funcionarios al servicio de los ciudadanos indefensos.
Me sentaré ante un despacho y, devoto del servicio, enunciaré todos y cada uno
de mis proyectos… todos buenos… todos sabios, pensados, instruidos, lógicos…
Sin desayunar, en ayudas, has
salido pocos instantes después de apagarse el resplandor del alumbrado público.
Las calles, desiertas. Las tiendas, pocas, cerradas. Tan sólo se intuye una
fuerte brisa del norte que hace silbar a los árboles y allí, tras la casucha del zapatero, juega al enredo con unas blancas sábanas que descansaban sobre un
tendedero.
Tras ellas, contemplando la inocente
danza, impertérrito a pequeña escala, se levanta la silueta del Palau.
Tu objetivo.
Apoyado en el cartel informativo
miras a un lado y a otro. Otrora esperanzado, sabes que de nada sirve. Ninguna
alma caritativa se acerca para resolver el misterio y disipar la niebla. La diligencia en la que viaja la valija de la correspondencia atraviesa a la
carrera justo por delante de tus pies, amenazantes sus ruedas como cuchillas de
afeitar, mientras el polvo levantado se cuela por tus fosas nasales arrancándote
una serie enloquecida de estornudos. Las 08:10h. Puntual como cada amanecer. En
la Posada de los Oficiales, Ofelia,
la moza de anchas caderas y brazos como muslos, aguarda expectante la llegada
del oficial de correos. Trae los bandos de la jornada, el reparto de las
tareas, la asignación de los destinos, el pago por los servicios de la víspera…
Blanco sobre negro, en papel pergamino de bordes desgastados, llega la palabra
silente, pero dogmática, del Palau.
Resignado, intentas avanzar
algo… reducir la distancia… un poco, al menos… pero tras varias zancadas, al
girar un saliente de la colina, vuelves a toparte de bruces con el dichoso
cartel. Palau. 200 metros. Caminas
hacia atrás, boca abajo, a cuatro patas, cerrando los ojos.. entre lágrimas... Idéntico resultado.
La salida y llegada coinciden, de nuevo. Todos los caminos llevan al Palau. El Palau, imponente construcción de
columnas jónicas y esmeradas esculturas de reyes y aristócratas de antaño… o
presentes, quién sabe… ¿entró alguien, alguna vez, en el Palau?... decoran una
fachada de oscuro granito milenario, duro como el rostro de un Dios menor,
salpicado de acné en forma de infinidad de ventanales. Jordi, tu ayudante,
trajo el viernes pasado unos anteojos prestados por el Sr. Maragall, profesor
de la aldea. Tal y como temías, no sirvieron para nada. Mirar a través de
ellos tan sólo sirve para constatar la espesura de esa extraña niebla que
envuelve la aldea. Los cristales de la mastodóntica estructura, a pesar de la
distancia, se percibían translúcidos… opacos… pero algo en tu interior fue
horneando la extraña sensación de que, a pesar de la distancia y la neblina,
alguien detrás de aquellas retinas de cristal te observaba continuamente.
A todos. Con ojos incansables.
Cada día, finalizado el tercer
intento por esquivar el laberinto, te asalta el miedo. El pánico. Un poco más
con cada jornada. Miras alrededor, pero sigues solo, abandonado, perdido en la
única senda que parte de la aldea y, como a todo individuo expuesto, te asaltan
las dudas. ¿Será un sueño eso que te rescató mientras caías derrotado entre las
sábanas? ¿Una utopía? ¿Un espejismo esquizofrénico?
Si
pudiera llegar al Palau… si me escuchase algún Secretario… el Sr. Presidente…
Seguro que…
Fue hace cuatro o cinco años
cuando, una tarde tras la siesta, la imagen de tus sueños tomó forma, materializándose la idea. La ilusión se habían ido cociendo
lentamente en el horno de tu subconsciente pero hasta aquella tarde, acurrucado
en tu lecho de paja, las imágenes y las conexiones no habían sobrevivido al paso
fronterizo marcado por Morfeo. Y esa anomalía, ese fenómeno extraño
protagonizado por el cerebelo, te ha arrastrado, día a día, año a año, vida a
vida, hasta este punto en el que te encuentras ahora... ante el cartel que indica
la misma distancia... ese recorrido que nunca has podido franquear.
Sentado sobre una montaña de
piedras te entretienes observando la senda, desesperanzado. Sabes que no vendrá
nadie. Ningún viajero despistado se detendrá ante tu presencia, preguntándote
qué sucede, qué haces allí sentado… en qué puede ayudarte. No recuerdas cuándo
te plantaste en la Posada del Pueblo
para, entre jarra y jarra de cerveza templada, comentar con tus vecinos el
argumento de tus proyectos, mostrarles cómo de espléndido era aquello que
habías soñado… ese mundo racional, sopesado, empírico… y cómo de fácil era
construirlo con un poco de esfuerzo. Nada.
Los parroquianos ni te miraron, absortos en sus pensamientos etílicos, repletos
de sirvientas que liberaban sus carnes en el pajar del patio trasero. ¡Eso sí
que es el paraíso! Algunos, engreídos tras sus largas barbas, te miraron con
desprecio, amenazantes… someramente inquietos ante la posibilidad de la duda. Forastero, aquí tenemos unas reglas.
Encogido y amedrentado en tu taburete, tan solitario como te sientes ahora
mismo, acudió a ti la posadera, al rescate, abrazándote entre sus enormes
pechos tal y como haría la madre que, transcurridos los años, recupera a su
hijo antaño desaparecido en el frente.
¡Hay,
mi niño! ¡Qué cosas tiene! ¡El Palau, dice! Escucha: al Palau no se le puede
molestar, mozo. Allí se pasan todo el día trabajando. No pueden despistarse con
ideas paridas por los sueños de un jovenzuelo como tú. Es más, no deben. No
debemos molestarlos con estas pequeñeces. ¿Hay problemas? ¿Crees que algo
podría gestionarse de otra manera? Pero, ¿quién te crees que eres? Los
funcionarios son más listos que nosotros, guapo. Mucho más. Ellos están en el
Palau. ¡Qué mayor prueba de su valía! Nuestros trabajos, nuestros dineros,
anhelos, gustos… todo sale del Palau, diariamente, en la valija matutina. Ellos
velan por nosotros, chico… y nosotros no molestamos.
Cada vez que recuerdas aquellas
palabras un grito sordo acude a tu garganta. Un estallido liberador… o una
queja que reconoce tu situación de presidio. Allí, en la aldea, no hay barreras
ni cercados. Todos beben en la Posada del
Pueblo y todos ansían destapar sus calvas en la Posada de los Oficiales tras concedérseles tan magno honor, siempre
inmerecido. Este campo no tiene barreras… es libre como el agua del río o el
salmón que nada a contracorriente… pero tú, en la soledad de tu retiro
voluntario, compruebas día a día cómo tu camino, tu voluntad, tropieza con el
cartel… con la postal que representa el Palau… y todo queda inmóvil, inane…
muerto como el paisaje armonioso de una fotografía.
Quisieras plantarte ante las
puertas, aporrear la vieja madera de la fortaleza, obligarles a escuchar tu
fina voz, desmontar el castillo de naipes de su burocracia eterna, reír a carcajadas
ante las contradicciones de los secretarios, volcar los papeles y lapiceros tras
un ataque de furia o una muestra de falso y manipulador compromiso... derruir la infamia como desea el torrente
derruir la presa…
… pero de todos, en la aldea, eres
el único... el loco que, irremediablemente, vive en todas las aldeas presididas por un Palau como este que, levanta la vista, se erige ante ti... ahí enfrente. La posadera, el zapatero, el borracho desvergonzado que levanta las faldas
a la moza… la porquera, ante la chimenea, remendando los bajos del delantal… El
ciudadano ha desistido en su anhelo por alcanzar el Palau, rendido ante la seguridad
de lo normal y la libertad de lo visible.
Feliz a la sombra del Palau.
18 comentarios:
¡Genial Y KAFKIANA PARODIA DE "EL CASTILLO", Hermano Herep!
Como Siempre Bordas Los Ambientes En Tus Relatos Y Sabes Comunicar Sentimientos Y Conectar Con El Lector.
Supongo, Que Estarás Prevenido Para EL DESFILE DE LOCOS "ENFERVORIZADOS" QUE SE AVECINA...
Sería Cosa De Agradecer,Que Hicieras Alguna Paráfrasis De Las Tuyas, Sobre "LA METAMORFOSIS",
Que Convierte A Un CHULETA DE BARRIO EN UN CAGANET TESTAFÉRRICO,y Digno De Un "PROCESO" Al Servicio De la LOCURA y EL ROBO MÁS INFAMES Y DESCARADOS...
Nada Más, Que Tú Ya Lo Has Dicho Todo...
Un Abrazo GENIO
Un Brindis Por KAFKA
Y
¡¡RIA RIAU!!
¡Qué bien llevado todo, amigo Herep! Tan cercano... y tan inalcanzable para el pobre mortal que osa acercarse a su mole imponente, El Palau-Castillo nos trae reminiscencias Kafkianas.
Un cordial abrazo, de otro pobre mortal.
Sobre ese Palau, qué mejor que hacer promoción de una obra indispensable para todos aquellos que quieran acercarse a conocerlo:
Música celestial, de Manuel Trallero.
Este Palau no es que sea sólo kafkiano, es el corolario de tanta ambición desmedida y carente de sentido.
Ni el genialFranz Kafka lo hubiera hecho mejor,un abrazo,
Es que los mortales tenemos que quedarnos a la puerta y ver los que entrar y salen, pero a distancia prudencial para no contaminarles, jaja.
Saluditos.
Me ha gustado mucho. El final es brillante. Pero sobre todo me gusta por que es un texto que te hace relfexionar... y así estoy todavía.
Un saludo.
Muy buena descripción.
Suerte para el Domingo y ánimo.
Se me ocurre que sería un buen mausoleo donde las generaciones futuras fuesen a venerar polvo y huesos que nunca jamás fueron mucho más...
Una vez escribí algo sobre la metamorfósis de un criminal que hoy ya no pace con nosotros, en vida... pero he de reconocer que, a pesar de las reticencias iniciales, me sorprendió el estilo kafkiano, tan imperecedero él.
Está en plena forma, como podemos comprobar mirando alrededor, Old.
¿Lo veremos tan sólo nosotros? ¿Cuántos K. pululan por el globo, amigo?
¿Llegará algún día su momento?
Seguro que sí, ya verás. Estoy prevenido para el desfile y te haré una confesión: la estación final es el precipicio, al que se encaminan a pasos agigantados.
Allá ellos.
Yo y mi mosquetón nos bastamos y nos sobramos, camarada.
Un abrazo y un fuerte brindis que despierte a Asmodeo.
¡Riau!¡Riau!
Dicen que cuando uno muere toda su vida pasa, fugazmente, ante sus ojos.
Espero que así sea.
No me gustaría que, como a muchos, tan sólo viera Palau... y Palau... y más Palau.
Un abrazo, Tío Chinto.
En Cataluña se editan menos libros que en el resto de España. Muchos, críticos todos, ni tan siquiera ven la luz.
Sin imprenta se evita el ridículo que la hoguera.
Un saludo, Reinhard.
Treinta años llevan construyendo la "catedral" del catalanismo, Natalia. Como mínimo.
Y digo catedral porque no son pocos quienes, feligreses del Santo Poder, se agolpan a las puertas esperando un milagro para con ellos.
Al final todo se reduce a la Fe.
Un abrazo.
Otro abrazo para ti, Agustín, mi amigo instalado en el paraíso.
Tienes razón, Zorrete. El ciudadano, es este Sistema, es un mero leproso. Un apestado.
En la polis ya no queda pueblo, tan sólo aristócratas.
Un abrazo, campeón.
Tan sólo intento eso... reflexionar... Si alguien también lo hace, tengo más que suficiente, moderato.
Bienvenido, gracias y ya sabes... este también es tu Cuartel General.
Más que suerte necesitamos un milagro, Maribeluca... pero no un milagro al uso, algo así como una conversión instantánea a lo San Pablo... no...
Necesitamos algo más parecido a un huracán que, como a Doroty en su película, se lleve a toda la tropa a ese Reino de Oz soñado, dejándonos a todos tranquilos.
Un abrazo.
Estaría bien que quedara como muestra de un pasado peor, Candela, pero han conseguido destruir toda esperanza, amiga.
El Palau y todos los San Pedro que pululan por sus salas, aprendieron bien la lección y sobre esas piedras corruptas han construido todo su imperio.
Un abrazo.
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