Algo me ha rozado el pelo. No estoy segura, pero creo que
era un escupitajo.
Tengo miedo, sí. Miedo de alzar la vista, mirar al frente,
cruzar miradas… razón por la cual permanezco con la cabeza gacha y los ojos
clavados en el pavimento, analizando la pequeña baldosa sobre la que se posan
mis bailarinas, de apenas treinta centímetros cuadrados. Rodeada de extraños,
ese es mi espacio vital. Eso es lo que han dejado para mí. Treinta centímetros
cuadrados que, a todas luces, todavía les parecen excesivos.
Como el vaivén de la marejada, una serie de leves empujones
van amasando con impertinencia mis carnes, congestionadas por el temor y el
intenso frío de esta mañana de Noviembre. Cuando salí de casa, mi
hijo mayor, de apenas tres años, me advirtió con esa inocencia propia de los
infantes: Mamá, llévate el abrigo, no te
vayas a constipar. Pobre. Nunca dejará de sorprenderme el desparpajo
del pequeño Héctor, tan parecido a su padre. El próximo viernes hemos
programado una escapadita… nada, ridícula, no nos da para más… de fin de semana
a la sierra, con Santiago, y el chico está muy ilusionado. Tanto que durante
toda esta semana se ha convertido en mi propia sombra, controlando todos mis actos… si me lavo las manos antes de preparar la cena, que descanse mis ocho
horas diarias, que esté la luz del pasillo siempre apagada… Nada puede
trastocar la aventura campestre. Héctor volverá a ver a su padre tras siete
meses en Afganistán y, a pesar de que todo ese tiempo poco puede compensarse en
tres días, mal estaría que la ilusión del niño se esfumase por obra de un
ridículo resfriado.
Zorra.
Involuntariamente mi vista se alza, víctima del dolor
producido por la puñalada dialéctica. Entre la muchedumbre que se ha ido
reuniendo a mi alrededor, investigo de qué boca habrán brotado palabras tan
soeces. No hace falta mucho esfuerzo. Mientras busco, otro “perra” de similar entonación me descubre
al francotirador. Barbita perfilada de tres días, pelo largo de hippie
fracasado pero “en la onda”, una
parca verde… y unos ojos rojos, ensangrentados, pero vacíos de futuro.
Vuelve a gritar aunque no retengo muy bien sus palabras.
Mejor dicho, insultos. Un señor que me parapeta protegiéndome de la masa me
habla a través de la visera de su casco. Tampoco entiendo nada de lo que me
dice. La imagen de Héctor se ha desvanecido de mis pensamientos, despertándome
a la realidad que, para mi sorpresa, está protagonizada por el menosprecio, la
denigración y el caos. El termómetro de la farmacia de la esquina, cerrada,
marca 13 grados Celsius y el Sol de la mañana se levanta firme y caluroso… pero
sigo helada de frío. Intento sobreponerme… frío… llévate el abrigo…
Pero a pesar del forro de plumas, tiemblo.
Hija de puta. Zorra.
Pija.
La imagen de mi madre se cruza sonriente por mi cabeza. ¿Hoy
es… martes… miércoles? Si, miércoles. Mañana tengo que pasarme por el
cementerio. De aquello hará mañana un año. Su rostro, frente a mí, repite esa
oración que tanto solía recordarme: “No
ofende quien quiere, sino quien puede” Vuelvo a mirar a la horda que me
acorrala, ahora fijándome en esa chica que, con apenas veinte años, vomita su
verborrea por la boca. Yo, por aquella edad, malgastaba mis suspiros besando a
mi Santi, ese soldado desconocido que se cruzó en mi vida a la salida del
instituto. ¡Oh, qué tiempos! Podrás tener el don de la juventud, muchacha, pero
estás perdida en la vorágine de estos tiempos oscuros en los que te ha tocado
vivir. No me cambiaba por ti, niña. Por muy liberada que te creas… por muy
orgullosa que te sientas de esa metralleta de bazofia que tienes en el rostro y
ese pensamiento atrofiado… lista…
Noto un cierto malestar en mis acosadores cuando los miro
fijamente. Otra chica, de exquisita educación comprada en colegio caro, da
muestras de intranquilidad, pero tan sólo es un amago. Segura entre la
muchedumbre, a buen recaudo, se siente fuerte, protegida por la sombra de un
señor mayor… posiblemente jubilado amigo de las palomas del parque… que, armado
con una bandera roja y blanca, también se ha parado ante mí con intención de
hacer bulto y, cuando nadie mira, soltarme algún piropo. Fea, guarra, insolidaria. Su voz, curtida tras cien carajillos,
retumba entre el Caos atemorizándolo y reduciendo su intensidad, curioso por
conocer de dónde proviene tal eco. ¿Fue
ese distinguido señor? ¿Ese guerrero del Pueblo? ¿Sí? ¡Bien por él! ¡Valiente!... Y el Caos vuelve, se
intensifica, se magnifica ensanchándose hasta reducir más mi escuálido espacio
vital, empujándome hacia la cristalera, empotrándome con intención de
emparedarme.
Ojalá a tus hijos no
les falte nada… Piensa en tus hijos, como nosotros hacemos… Volveremos,
esquirol. Volveremos por San Juan, como las fogatas…
Volverán. Quemarán la tienda. Esta que, a mis espaldas, no
es más que la enorme hucha en la que derramé mis ahorros y mis ilusiones, las
de Héctor… el mañana de su padre que, desde las altas montañas afganas reza,
día tras día, para que la licencia llegue pronta y sin sorpresas desagradables.
Un papel firmado por el Alto Mando. Finalizado
el servicio, búsquese la vida. Esa tienda es la vida futura. Tres vidas
futuras. Al frente, tras sus gafas D&G sin registrar, esa maruja, esa que
grita como una pescadera de mercadillo gitano, quiere pegarle fuego. ¡Que arda! ¿Por qué nos quieren tan mal?
¿Qué hemos hecho nosotros? ¿Nos querrán abocar a la miseria? ¿Nos colgarán?
Sería conveniente que
piense en cerrar, señora. Nosotros no podemos estar aquí toda la mañana. No
podemos estar aquí… esto… todas las mañanas, ¿entiende? Entiendo. El señor
del casco, amablemente, con apenas dos frases, lo ha resumido todo. Tienen las
manos atadas. Alguien de arriba les dijo que vinieran, vieran… y perdieran. Ante
mi aguantan la lluvia de insultos y amenazas impertérritos, pero nada más. No hay
detenciones. No hay recogida de datos. No hay nada.
La presencia, quizá. Hoy… pero no todas las mañanas, ¿entiende?
Fascista. Ladrona.
Miserable.
Sin una coraza que proteja mi pecho, sin casco, sin coderas
ni rodilleras… desnuda en mi abrigo de plumas, mi cuerpo es presa fácil para los
escualos de la Bestia. La sonrosada piel, aporreada por la vejación, empieza a
amoratarse, rota la última defensa del organismo. La desidia de los glóbulos
blancos uniformados de antidisturbios ha permitido la victoria del miedo,
desperezando la rigidez de mis rodillas para, en un gesto de fracaso celebrado
por la horda que me atosiga, dirigirme hacia la tienda para colgar el cartel de
“cerrado”.
Han sido siete minutos. Siete minutos de reloj, no los dos de la novela que leí el pasado verano. Siete minutos de odio. Siete minutos antes de verme derrotada
por el chantaje, el menosprecio, ante el escarnio… sin verter ni una mísera
lágrima ante las hienas.
Siete minutos para sentenciar tres vidas, pienso… y las
lágrimas, en la soledad de la rebotica, vienen todas juntas.
10 comentarios:
Brillante... Como de costumbre...
Sí señora, con un par.
Hay que perder el miedo a esta gentuza, la libertad ha de ser defendida y ella puede ir con la cabeza muy alta.
Te estas convertiendo en un verdadero cronista.De la dificil situacion social que atraviesa nuestra desdichada nacion,un saludo.
Muy bueno!
La verdad es que la mujer aguanto con un par de güevos a ésta pandilla de mangutas.
Andan rabiosos, amigo Herep, y su rabia irá en aumento, porque su impotencia será mayor cada vez. Dan dentelladas. No saben dar otra cosa.
Un Cordial abrazo.
Gracias, George.
Veía las imágenes y las palabras acudían solas.
Un saludo.
Maribeluca,
Tienes razón... pero no me digas que no es paradójico que las personas de bien tengan que agachar la cabeza mientras las hienas campan a sus anchas.
Un abrazo.
Una imagen vale más que mil palabras, Agustín... y las imágenes del vídeo hablan por sí mismas.
Un abrazo, neozelandés.
Aguantó, aguantó.. pero, a pesar de la actitud pasiva de la policía, ¿qué habría sucedido si esta no hubiera hecho acto de presencia?
La generación perdida, además, fue criada en el odio, abulto67. Poco podemos esperar de ella.
Un abrazo.
¿Ganarán en las calles aquello que perdieron en las urnas?
Ese ha sido su método de actuación durante toda su existencia, Tío Chinto, y nada hace pensar que esta vez vaya a ser diferente.
Un abrazo, artista.
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