A quien corresponda,
Mi nombre es Vladimir. Nací hace, tal día como hoy, 97
años. Posiblemente esta sea la razón por la que oso escribir la presente carta.
La experiencia y la Negra Parca susurrando al oído es una de las pocas ventajas
que acompañan a la vejez. Los músculos se tornan flácidos, los huesos se
infectan de carcoma… y la lengua se suelta. La mayoría de las veces gira y gira
en un bucle sin fin de ideas y recuerdos vagos, pero a veces, un destello de
lucidez ilumina la caverna oscura y los ojos vuelven a ver con claridad.
Mis padres, ferrolanos, participaron en aquellas primeras
marchas solidarias que el Partido… el nuevo Partido… organizó al amparo de Don
Pablo Iglesias. Jóvenes activistas, muchas noches mi padre nos deleitaba a mi
madre y a mí con caseras funciones teatrales en las que, con gesticulación
grandilocuentemente estudiada, nos agasajaba escenificando las afirmaciones que aparecían en el
periódico para el que trabajaba.
Recuerdo aquellos días con una entrañable nostalgia. La
ilusión que nos produjo el primer brasero, los zapatos negros nuevos, los
paseos por el parque municipal…
Es curioso lo que recuerda un viejo mientras contempla el
mundo a través de los grandes ventanales. Cuando era joven soportaba muy bien
el calor gallego. Suave, ligero, amigable… Hoy las cosas han cambiado y hasta
el más ínfimo de los sofocos podría adelantar la conversación que aguarda a mi
espalda, pero cuando era niño… ¡ah, de mocoso!... ¡No disfrutaba poco
destapándome en sueños!
Una noche en la que estos habían apartado las sábanas
para engalanarme con las ropas de los soldados que desfilaban bajo mi ventana,
una puerta se abrió para luego cerrarse eternamente. De golpe alguien entro en
mi cuarto y, entre abrazos y sollozos, cuatro manos me vistieron con el traje
de los domingos para, minutos después, montarme en un largo tren repleto de
niños. Allí se cerró la otra puerta, estrecha, acristalada, de vagón
ferroviario.
La entrada a mi precipitada hombría quedaba abierta. Mi
infancia, cerrada con un portazo.
Habían programado un viaje de un año a lo sumo, pero durante
cinco no conocí más que frío, nieve, un idioma incomprensible y una soledad
infinita. Cinco años de noventa y siete no parecen tantos, pero sí que lo
fueron, sí. Las primeras noches, al acostarme, cerraba los ojos obligándome a
soñar con mi padre haciendo malabares con un cepillo por bigote, o deseando
escuchar el sonido de la carcajada de mi madre, feliz e ilusionada bajo el
influjo de la retórica del padre de familia.
Las primeras noches…
… porque, al poco, aquellos recuerdos me resultaron vagos e
irreales. En la escuela solían decir que la palabra del maestro es sabia y que
hay que prestar atención para aprender de él. Yo, allí, perdido en la fría
estepa, no aprendí nada de las palabras del maestro, pero lo aprendí todo de
sus silencios. Aquellos años entendí más
observando que no leyendo. Comprendí que los actores que menos aplausos reciben
son aquellos que clavan maderos, pintan fachadas, sirven desinteresadamente al
prójimo. Ellos son actores reales dignos de cualquier premio de consolación.
Los otros, los actores asiduos de las alfombras rojas, como mi padre,
gesticulaban dibujando en el aire aparejos de ciencia-ficción como oscarizados
vendedores de humo… sombras… quimeras… Su obra, inmensa durante mi infancia, se
había convertido en una gran mentira. Los enemigos contra los que mi padre
lanzaba dardos de palabras se tornaron, un día, amigos… aliados… en un juego de
intereses del que mi madre no se hubiera reído jamás. Falsos aliados, sí, pero
hijos todos del mismo Dios.
Tras cinco años, al acostarme, ya no recordaba la figura de
mi padre o de mi madre. Sus caras me resultaban borrosas y de las palabras no quedaba nada. Cinco años,
señor. Cinco años de mi vida que representaron mucho más de lo que pudiera
jamás escribirle. Cinco años que arrancaron una infancia que, ahora, más bien
parece un tumor. No crea que me arrepiento, no. Si hoy estoy aquí, dedicándole
estas letras, es gracias a aquello. A todo. A mis noventa y siete años.
En cuanto encontré una ventana abierta me marché de aquel
eterno invierno con la intención de volver a mi España… mi querida España que,
al igual que sucediera conmigo, se había liberado del yugo de la quimera y la
utopía de los falsos profetas.
Encontré un país convaleciente y enérgico, dispuesto a
superar la afrenta idealista con ímpetu y fe ciega. Las calles, repletas de
vida. Los cafés, siempre prestos a la tertulia y a la copla. Uno debía andarse
con cuidado a la hora de decir según qué cosas, pero aquí no existían premios
al delator de la semana. Con todo, a los pocos años, conseguí pagarme un par de
cursos de caligrafía y gramática y, gracias al apoyo del Dr. Cervelló, ilustre
escritor de segunda fila, fui contratado por un periódico de la capital para
escribir una columna tres días por semana.
Así hasta hará unos años. El cáncer es lo que tiene. Te come
por dentro y, llegado el momento, uno no puede más que aguardar la conversación
de la Muerte. No dejaré mujer, ni hijos, ni familia… nada… así que, juntando
mis cuatro perras ahorradas, me regalé una estancia vitalicia en este
geriátrico desde el que muero mirando esta costa tan nuestra.
Pero no crea que todo ha sido escribir, mirar, reír y
degustar los manjares que me ha proporcionado mi vida, no. Los portazos de
aquella noche han seguido martilleando en mi cabeza todos y cada uno de mis días.
Mi compromiso no se olvidó junto al fantasma de mi familia. No desesperé ante
los dibujos en el aire, sino que opté por construir esos artilugios. Afiliado
en la clandestinidad, contribuí en base a mis posibilidades desde dentro del
país, que ya es más de lo que bastantes de ustedes han hecho nunca. Viví los
últimos estertores del Caudillo, aplaudí la voluntad de reforma, grité al
tiempo que forraba las calles de carteles y fanzines…
Una mañana, ese que murió hace unos días proclamó a los
cuatro vientos la orden de romper los carnets… pero yo, el mío, hacía tiempo
que lo había extraviado… abandonado… como antaño hiciera mi familia conmigo, en
la fría estepa rusa. Mi pellejo había sido testigo, en primera persona, de las
artes de aquella doctrina de mimo que se dibujaba en aquel pedazo de papel plastificado. Conocía el por qué y, sin ayuda de ninguno
de sus maestros, aprendí que para aquellos todos los hombres son iguales, pero unos más que
otros.
Cuando rompí, sabía qué hacía. Hoy volvería a hacerlo.
Muchos de ustedes, sin embargo, no.
De eso hace varios años, señor. Usted, al haber pasado ya de
la cincuentena, tendrá buen conocimiento de ello. Quizá gire la mirada hacia el
otro extremo de la mesa cada vez que el noticiario traiga noticias de nuevas
fosas en Polonia, Ucrania, Praga, el Berlín oriental… quizá usted fue de
aquellos que tanto criticaron a Solzhenitsin cuando visitó España, o de esos
que, en pleno s. XXI sigue creyendo que La Flaca es el paraíso del igualitarismo
en la Tierra.
Quizá.
Le cuento estas anécdotas de mi miserable vida para que
compruebe que no soy persona ajena a la doctrina. La vi. La olí. Comí de ella
en plato figurado y literal. Comprobé sus fallos y asumí sus carencias hasta
hacerla más mía. Simpaticé con su causa durante nuestra incipiente democracia.
Voté OTAN NO cuando dijeron y rompí el OTAN NO cuando rectificaron. Aplaudí leyes justas y callé como un muerto ante otras que consideré injustas... siempre esperando... siempre anhelando que los pasos atrás tan sólo se debieran a la necesidad de coger impulso.
Pero estos últimos días… las últimas declaraciones. ¿Acaso
no somos iguales los españoles? ¿Acaso no debemos ser solidarios los unos con
los otros? ¿Acaso no somos, todos los parias de la Tierra, hermanos y camaradas?
¿Hemos olvidado que las fronteras están hechas para ser derribadas? ¿Hemos
sustituido la “igualdad” por la “asimetría”?
No, señor.
Espero, por ello, que cambie la postura oficial del partido…
ese residual partido que ustedes han derruido… y crea fervientemente que todos somos iguales y únicos. Que
todos nacimos de un padre y una madre, aunque algunos hayamos olvidado sus
caras y otros deseen olvidarse de ellas. Deseo que los viejos libros
academicistas sean cerrados y, en vez de aprender, comprenda tras entretenerse
mirando a su alrededor.
Como hice yo.
Si por algún casual no lo hiciera… si la Tierra no fuera
igual para todos e, incluso entre los parias, hubiera diferencias de lengua, de
economía, de razas, derechos y obligaciones... usted no haría más que corroborar
que el misterio… la base del fantasma que recorre Europa… no es más que otro
aparatejo diseñado por un títere mimo, con humo, en el aire.
Una farsa. Un engaño. Una nana con la que los padres
acuestan a sus hijos.
Este anciano que le escribe está próximo a su postrero jaque mate. A lo lejos atisbo la última puerta, pero antes, si tiene a bien
contestarme, querría saber si, antes de mi partida, queda alguna puerta abierta
a través de la cual puedan entrar más monstruos.
Según sean sus actos, sabré si
toda mi vida he servido a una farsa.
Según sus actos sabré si, antes de partir, mi última puerta
debe ser cerrarla bajo siete sellos.
Vladimir.
18 comentarios:
¡Joé que bueno!
¿Es tuyo o existe Vladimir?
Mucha moral, de todos modos, tiene el Vladi. Mucha moral tuvo durante tanto tiempo, fue tan ingenuo como yo mismo (más, por lo que reconoce) y aún antes de morir no termina de desengañarse del todo.
Bueno. Bonito escrito.
Gracias por el deleite al leerlo.
Saludos, amijjo ;)
Para que veas que en todos sitios se cuecen habas. La siniestra con tal de controlar, ora rema a un lado, ora pilla de aquí, ora estafa de allí. Así son las cosas y muchos los niños que cómo el protagonista de tu relato, en tiempos lo comprobaron. No diré que no me ha impresionado tu relato, acaso me arañó el corazón sólo de pensar que gracias a nuestra inefable Casta vamos andando por los mismos pasos.
Un saludazo.
Precioso y desgarrador relato de una realidad, no por muchas veces constatada, asumida.
La libertad en boca de los que se aúpan al poder a los lomos del pueblo no es más que una boutade, una tenebrosa farsa.
Un abrazo.
No sería mala cosa, amigo Herep, que ese que se fue hace poco leyera, desde el más allá, la verdad de tu relato, por si tuviera necesidad de hacer un examen de conciencia.
Un cordial abrazo.
Vladimir como metafora no esta nada mas,Pero la realidad tiene mucho de vladimir,un saludo Maestro
Me ha conmmovido amigo Herep. Creo sinceramente que cada día escribes mejor y dominas fondo y forma hasta llevarnos a la más sincera emoción.
¡Felicidades por "Vladimir" tu creación magnífica de hoy!
Un fuerte abrazo
Asun
Una muy buena recreación de un tiempo ido. No es lo mismo ver los toros desde la barrera que haber bailaido en el coso con los Miura y aún así, el sentido común y la dignidad debería hacerse presente, pero eso no ocurre ni ocurrirá.
Quizá por eso, la Historis un dar vueltas sobre sí misma y repetirse una y otra vez.
A P A B U L L A N T E
C O J O N U D O-
Como Siempre Hermano Herep. ¡CHAPEAU!
Cuando Uno Se Acerca Al "Ultimo PASILLO y La Última Puerta, Que A Veces Es la De "Servicio", Se Va Dando Cuenta De La Trampa En Que Le Tocó VIVIR y LUCHAR...
Un Abrazo GENIO.
Un Brindis Con lo Que Sea Por La VIDA.
Y
¡¡RIAU RIAU!!
Que suerte he tenido con mi familia
En mi vida jamas tuvo cabida un vladimir, en mi familia jamas hubo un solo socialista, habia y hay enemigos del socialismo, en mi familia hubo activistas Carlistas y activistas Falangistas, jamas nadie pensó en ser seguidor de la bazofia socialista, es mas en cuanto una persona de mi extensa familia tenia uso de razon esta misma razon lo llevaba por el buen camino, por generaciones mi familoia dio combatientes del lado del ser español, se pelo con bravura por España y jamas nadie se rindio al desanimo ni a la estulticia, fuimos y somos jovenes pero no imbeciles y el marxismo jamas supuso un reto, siempre hemos sabido que su presencia significaba dolor muerte y sangre, lo supimos desde el mismo 1916 y jamas hemos depuesto nuestra actitud.
La bandera de mis padres fue Roja y giualda, roja y negra con un hermoso haz de flechas en medio o blanca con las apsas de San Andres
Estoy de suerte, los Vladimir son una especie desconocida en mi entorno personal
De lo cual doy gracias a Dios.
http://lapoliticadegeppetto.blogspot.com.es/
Vladimir es un personaje sacado de la chistra, Carlos, pero no me extrañaría que, por nuestras calles, anduvieran muchos tipos como él. Seres que, engañados involuntariamente por la izquierda, asisten a cómo esta, ademas de mentirosa y manipuladora, traiciona sus mismas raíces ideológicas.
Sí. Seguro que abundan los Vladimir.
Un saludo.
Parece que siempre caminemos por esos pasos marcados por quienes nos precedieron, CS. No importa que ellos se equivocaran o persiguieran quimeras. Estamos predestinados a tropezar de nuevo con la misma piedra.
Mientras tanto, como dices, la Casta sigue haciendo de las suyas y riéndose de la desgracia de aquellos a los que dice servir.
Un abrazo. Que tengas un buen fin de semana.
¡Se vive tan bien en esa farsa, Capitán! Con un ente superior que se preocupe de todas nuestras necesidades y que nos exija tan sólo aquello que cabe dentro de nuestras posibilidades.
Cuál es el precio de esa tranquilidad? La voluntad o la libertad? No importa. Todo sea por el bien del "pan y el circo".
Un abrazo.
El que se fue hace poco, Tío Chinto, seguro que está ahora mismo cursando su penitencia.
El leer o no mis letras seguro que es el menor de sus problemas.
Un saludo, artista.
Muchas gracias, Asun.
Todos conocemos a algún Vladimir... aunque ellos mismos se cuiden muy mucho de demostrar, en público, su frustración vital.
Un abrazo. Que tengas un buen fin de semana que, seguro, empezó de la mejor manera posible el pasado viernes.
No es lo mismo, Candela. Sobretodo hoy en día, donde tantos han estado en tantos sitios y demasiados han luchado por algo en lo que, verdaderamente, no creen.
Los reconocerás siempre que escuches lo mucho que corrieron ante los grises, las tribulaciones que acarreaba militar en la clandestinidad... y tantas y tantas cosas por el estilo que, pongo la mano en el fuego, más que ser vistas fueron leídas en alguna revista de época.
Un abrazo. Que tengas un buen fin de semana.
Aunque sea durante el último tránsito, es de Justicia informar al errado de su engaño o error.
No decirlo no es ningún tipo de misericordia, amigo.
La realidad, aunque sea cruda y pueda amargar las últimas horas, debe imponerse.
Un abrazo, camarada.
Que tengas un excelente fin de semana y que, copa a copa, podamos celebrarlo tal y como se merece.
¡Riau!¡Riau!
Suerte la tuya, Geppetto.
En mi familia, el virus marxista no está muy difundido, pero si que aparece combinado en multitud de subvariantes.
Lo que se lleva más es el germen independentista, eso sí. Auténtico cáncer diagnosticado a la espera de cirugía.
Por lo general, algo común por estos lares.
Un abrazo. Que tengas un buen fin de semana.
Agustín!!
No te había visto!!
La Realidad tiene mucho de Vladimir, amigo mío. Muchos, al conocer la realidad, se sientes desengañados y vacíos pero es un acto de Justicia mostrarles la equivocación.
Si no la quieren aceptar, allá ellos con su miedo vital.
Un abrazo allende los mares.
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