Llevamos casi una semana de Juegos Olímpicos y todavía no
había escrito nada sobre ellos. Un acontecimiento de esta índole, a cuatro años
vista, se merece unas letras. Pocas, perdonadme. El calor es mucho y, si no
estoy a remojo, no estoy.
Es otro entuerto curioso, este de los Juegos Olímpicos.
Según rezan los escritos, allá por la Grecia de Platón,
Sócrates, Ovidio y demás desconocidos de nuestro tiempo, estas demostraciones
de gallardía humana se ofrecían en, y para, deleite de los Dioses. Esos Dioses
traviesos y crueles que tan a menudo malmetían en la vida de los sufridos
mortales.
Así, entre lanzamiento de jabalina, carrera maratoniana y
tiro con arco, los Zeus, Apolos y Afroditas de turno se olvidaban por un
instante de lanzar rayos y centellas, al tiempo que disfrutaban del espectáculo
ofrecido por las hormiguitas terrestres de piel y hueso.
Cuando Grecia cayó… porque, como dice la física, todo lo que
sube tiene que caer… los Juegos Olímpicos se perdieron en la larga noche de los
Tiempos, y los Dioses, igualmente coléricos, vieron como sus almas se iban
pudriendo poco a poco… año a año… hasta que el edén olímpico en el que vivían
se convirtió en un campo de batalla digno de la película de Los Inmortales.
Sólo puede quedar uno. Yhavé, Buda, Alá… Sólo uno.
Los hombres, fieles siervos, se olvidaron de la competición
pacífica. Durante largos siglos las jabalinas, tras su frágil vuelo, no iban a
clavarse sobre arena, sino sobre carne fresca. Así sucedió durante largos años
y noches de tinieblas.
Hasta que un buen día… tras los primeros rayos de Sol de un
nuevo amanecer… un mortal hijo de la modernidad del Hombre, decidió que podía
ser buena idea desempolvar los Juegos Olímpicos. Una gran competición a nivel
mundial… universal… donde los mejores atletas compitieran los unos con los
otros en un sano y digno afán de superación.
¿Los Dioses? ¿Olimpo? Eso quedó superado. El Hombre ya se
había despojado del yugo del templo. Dios estaba muerto, y enterrado. Los nuevos
Juegos Olímpicos de la Era Moderna iban a ser en honor al Hombre. Al
SuperHombre. Un acontecimiento único en el que la humanidad refrendaría ante
sus propios ojos mortales lo científico de su existencia… lo físico de su entendimiento…
la victoria sobre lo místico…
Sólo podía quedar uno… y quedó el Hombre Nuevo. A lo sumo,
un segundo y un tercero… medalla de plata y de bronce…
Así, a lo largo de estos años de la Era Moderna, hemos ido
asistiendo a increíbles espectáculos olímpicos. Enormes puestas en escena donde
se ha paseado, bajo bandera y perfecta formación, los más y mejores hitos de la
Humanidad presente. Hemos visto, como nos enseñaba Don Javier, el racismo
científico de aquellos que se consideraban los más guapos del corral, o esos
que se veían capaces de ganar los 100 metros libres ataviados con gruesas botas
de acero, maravillando con su zancada de la oca. Años más tarde, también en
germánica tierra, unos atletas falsos nos deleitaron con el récord mundial de
asesinatos terroristas y en otra ocasión, un bloque decidió boicotear unas
Olimpiadas porque no era de su agrado el menú de patatas fritas y hamburguesas
en serie.
Los Juegos Olímpicos, Monos, se impregnaron a conciencia con
los sinsabores de la Era Moderna. Los atletas desnudos dejaron paso a los
superhéroes esponsorizados… y el oro, la plata o el bronce, dejaron de ser los
metales más preciosos de las jornadas. Aparecieron los dólares, los marcos, los
rublos, el euro… los contratos de TV, las desconexiones radiofónicas, las
primeras portadas de los diarios… Los Juegos Olímpicos, como todo lo tocado por
el Rey Midas marxiano, pasaron a convertirse en un negocio más.
Quizá siempre lo fueron.
Quizá, también, siempre fueron el instrumento con el que los
Dioses… Olímpicos o Humanos… endulzaban las miserias de aquellos que pretendían
rebelarse contra la Ley Natural. Hoy, los Juegos Olímpicos, mesiánicos por
excelencia, son un altavoz con el que magnificar los logros de unos sobre los
otros. Las proezas históricas de un rebaño de cabras que, con sus pezuñas y
barbas de tres días, se creen salvajes. La poderosa China, la inmortal
Alemania, la altruista Gran Bretaña, la libertina España…
No valoraré la ceremonia de inauguración. A unos les
parecerá magnífica, a otros mediocre. No haré mofa del salto en paracaídas de
la reina o del desfile del Orgullo Gay que realizó la delegación española. Pasaré
por alto incluso los comentarios de unas periodistas que hablaban como si la
cabina de retransmisión estuviera en un club de carretera. Lo dejaré pasar…
… como dejaré pasar el mensaje implícito en estos Juegos
Olímpicos. Esa oda a la esperanza ciega y al Nuevo Mundo Posible, donde nos
guiarán esos mismos que nos han dado ya la extremaunción, arrastrándonos por
esa senda de baldosas amarillas cuya última estación se apellida Matadero.
Lo dejaré pasar… pero que sepáis que está ahí.
De ellos… de los Juegos Olímpicos… degustaré las
competiciones acuáticas… Disfrutaré con la china Ye, con Phelps y con nuestra
medallista Belmonte. Poco más.
Culpa del verano y de mi ceguera por el chapoteo diario.
NOTA. Me llega la noticia urgente de la consecución de una nueva medalla. Un atleta regio, de poderosas piernas, acaba de batir el récord
de salto. Tropecientas caídas y otras tantas fracturas en las arenas del Estado
Mayor de Defensa.
¡Oro para él!
8 comentarios:
Bien dices, amigo Herep. Con el calor excesivo que soportamos, bastante tiene uno con batir su propia marca olímpica, saliendo a la calle. Pero, eso sí, las medallas se las llevarán otros, allá, en Londres.
Un cordial abrazo.
La verdad es que Agosto ha empezado con ganas, Tío Chinto.
Veremos cómo acaba... meteorológicamente, claro.
En términos políticos, todos podemos hacernos una idea del final del verano.
Un abrazo.
je,je, buen hallazgo ese del borbón y su medalla.
Buenas vacaciones.
¡Qué crueldad! ;) insinuar que el desfile de la delegación española era el desfile del orguyo gay :D :D.
En fin, que no se quejen, al menos ellos cobran por lucir semejante engendro. A otros nos da vergüenza decir de donde somos cuando vamos fuera y ni cobramos ni nada de nada...
De momento solo 3 medallas,Un pobre comienzo digo yo,un saludo,
En el Cuartel General nunca estamos de vacaciones, querido Reinhard. Algo más "dispersos" sí, pero siempre queda algún Mono de guardia.
Un abrazo.
Jajaja... está muy mal repartido el mundo, Candela. ¡Yo también quiero un chándal de esos!
Para mí fue uno de los puntos fuertes de la ceremonia: el desfile de la delegación española. Más bien parecía una conga digna de cualquier megabotellón berbenero.
Folclore en estado puro.
Un abrazo
Sí. Pensé que a estas alturas llevaríamos alguna más, aunque espero que en esta última semana se arregle un poco el asunto.
¿Seis o siete sería mucho pedir?
Un abrazo, Agustín, allí en tu paraíso.
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